Epocas paleocristiana y medieval. La R. cristiana utilizó los templos paganos en proporción mínima, prefiriendo construir edificios de nueva planta. Como testimonio de la primera edad del cristianismo romano quedan las catacumbas, visitadas aún en la actualidad por millares de peregrinos de todas las partes del mundo. Se trata de muchas decenas de kilómetros de galerías subterráneas con enterramientos, usadas también como lugar de culto. Son notables,sobre todas, las de S. Calixto, S. Sebastián, Domitila, Priscila y S. Ciriaco. Sin embargo, una vez que los cristianos obtienen la libertad de culto, surgen numerosas iglesias en los s. IV Y v, y el centro de la ciudad se traslada del Patatino al Laterano. Las iglesias más antiguas de R. se remontan, pues, al s. IV y son las siguientes:
La basílica del Salvador' (también llamada de S. Juan) en Letrán (311-314), varias veces reconstruida, con claustro románico-bizantino; S. María la Antigua, el edificio más antiguo de los construidos en el Foro (v. Il), con frescos de los s. VII-X; S. Cruz en Jerusalén (320); S. Lorenzo Extramuros (330), con pórtico del s. XIII; basílica de S. Marcos; S. Nereo y Aquilea; S. Pudenciana, románico-bizantina, que contiene un mosaico del s. IV; iglesia de los Cuatro Santos Coronados; S. Clemente, re· construida en el s. XI y reformada en el s. XVIII; S. Lorenzo en Dámaso; S. Juan y Pablo; basílica de S. Sebastián y S. María en Transtevere; S. Lorenzo in Lucina; S. Inés Extramuros, construida sobre las catacumbas (324) y reformada en el s. VII; y S. Constanza (s. IV), en forma de rotonda, con mosaicos romanos. Cada una de estas iglesias ocupa un puesto de relieve en la historia del arte, tanto por su arquitectura como por el valor de sus tesoros artísticos, entre ellos las pinturas.
La misma relevancia tienen, como monumentos de la fe y del arte, las iglesias del s. v; la basílica de S. Sabina (425), p. ej., es hoy uno de los edificios más espléndidos del arte paleocristiano (v.), gracias también a una reciente restauración. Al mismo siglo pertenecen, en sus partes más antiguas, S. Pedro ad Vincula, S. María la Mayor, S. Esteban Rotonda, S. Bibiana, S. Anastasia, S. Cecilia en Transtevere y S. Martín del Monte. La mayor parte de estas iglesias han conocido no pocas restauraciones, más o menos afortunadas; no obstante, todas conservan, de forma bien diferenciada, las características esenciales de sus primitivos orígenes:
En el s. VI, y precisamente durante la guerra contra los godos, R. atravesó por el periodo más triste de su historia, puesto que fue repetidamente saqueada y abandonada a la desolación de la peste y del hambre. Lógica consecuencia de estas circunstancias en el terren9 artístico es que los monumentos de ese siglo y del siguiente sean bastante escasos. Podemos recordar, de entre ellos: S. María in Cosmedin, S. Jorge in Velabro, S. María del Araceli, S. Cosme y Damián, basílica de los Santos Apóstoles, S. María in Dominica.
Para que R. vuelva a adquirir prestigio habrá de esperar a la época carolingia y a la restauración del Imperio; las ceremonias de coronación de los Emperadores se celebraron en R. a partir de la de Carlomagno, hasta la de Federico 111, esto es, desde el 800 a 1452, con algunas excepciones. En ese largo periodo, la historia de la ciudad pasa también por momentos dramáticos y graves (v. IV). Recordemos, p. ej., el saqueo que llevaron a cabo los musulmanes en el 846, episodio que indujo al papa León IV a levantar la muralla leonina para defensa del Vaticano. Mas de todos modos, eso que se da en llamar renacimiento carolingio significa también el renacimiento de la ciudad. Surgen monumentos insignes, como S. Pedro in Montoria, S. María sopra Minerva (ca. 1280, gótica, con frescos de Filippino Lippi en la capilla Caraffa iniciados en 1488), S. Bonifacio y Alejo, S. Práxedes, S. María del Popo lo y, en el Foro romano, la notabilísima iglesia de S. Francisca Romana.
Sin embargo, en 1084 Roberto Guiscardo conducía a sus normandos a lo que sería un segundo saqueo de la ciudad. Mas también para la edad de la Comuna es signo de una nueva vitalidad tanto civil como artística; su suerte permanece estrechamente ligada a las vicisitudes del Papado (v.). De hecho, durante el periodo de residencia de los Papas en Aviñón, la ciudad, abandonada, llegaba al fondo de la desolación: el Capitolio (v.) se había convertido en un «monte caprino» y el Foro romano en un «campo de vacas»; «ovejas y cabras pastaban en San Pedro y en Letrán». Sin embargo, durante el humanismo y el Renacimiento, cuando los Pontífices ejercieron el papel de mecenas, R. se transformó en un espléndido centro de arte renacentista y, al mismo tiempo, se constituía como una dignÍsima capital del mundo católico.
Los testimonios monumentales anteriores al Renacimiento (XI al XIV) son nobilísimos. En arquitectura civil, bastará recordar la torre de los Condes, la casa de los Caballeros de Rodas, el palacio de la Sabiduría y la torre de las Milicias; entre los edificios de la arquitectura religiosa, S. María in Via Lata, S. María in Monticelli, S. Catalina dei Funari, S. Andrés delle Frate y S. Pantaleón.
Renacimiento y barroco. Las construcciones artísticas de la ciudad se multiplican durante el primero y segundo Renacimiento (v. RENACIMIENTO V, A). Entre los edificios civiles de ese periodo hemos de recordar los siguientes (el orden es cronológico y no implica juicio crítico): palacios de los Penitenciarios, Corsini, Colonna, de la Cancillería (1489-1511), Doria y Venecia (s. xv, también museo), Colegio Romano, y los palacios Sciarra Colonna, Madama (antes Medici, sede del Senado, con fachada del s. XVII), Altemps, Florencia, Borghese (también museo), Caffarelli, Máximo de la Farnesina (1509-11, con interesantes pinturas), Farnesio (sede de la embajada francesa, comenzado ca. 1514) y Spada, las villas Medici y Julia (construida para Julio I11, con fachada de Vignola, v.), el palacio del Ouirinal (residencia del presidente 'de la República, comenzado en 1574), fuente del Agua Feliz, las puertas Pía y del Espíritu Santo, los palacios de los Comendadores y Torlonia, la villa Madama y la fuente de los Tortugas.
Las principales iglesias de los s. xv Y XVI son: S. Juan Degollado, S. AgustÍn, S. María de la Paz, S. María de Montserrat (s. XVI) y S. María de Loreto, el templete de S. Andrés, la iglesia de Jesús, S. Luis de los Franceses, la Madonna del Parto, S. Andrés del Valle, Iglesia Nueva, S. Eloy de los Orfebres, S. María de los Ángeles, la Madonna de los Montes y S. María del Huerto.
En suma, es la R. renacentista y la inmediatamente posterior a ella, la R. barroca (s. XVII), la más afectada por los cambios experimentados en la ciudad (v. B.ARROCO V, 1, 3a). El complejo de los palacios del Vaticano (v. VATICANO, ESTADO DEL IV), la basílica de S. Pedro, la construcción de numerosas iglesias y palacios y la apertura de nuevas calles enriquecieron la ciudad, sin acabar con las muestras de la antigua civilización romana y de lás sucesivas civilizaciones paleocristiana y medieval.
Entre las nuevas calles del s. XVI. las más notables son vía Julia, proyectada por el papa Julio II (v.), y vía Sixtina, abierta por Sixto V (v.), que mandó hacer también las avenidas que desde S. María la Mayor conducen rectamente a S. Juan de Letrán y a S. Cruz de Jerusalén. Entre las muchas plazas, adornadas de estatuas, obeliscos
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y fuentes, basta recordar la plaza del Capitolio, construida según diseño de Miguel Ángel (v.), con la estatua ecuestre de Marco Aurelio.
Los edificios más espléndidos de la época barroca son: los palacios Bonaparte (embajada francesa ante la Santa Sede), Salviati, del Montecitorio (sede de la Cámara de diputados, construido en 1650-90, con fachada de 1908 sobre la plaza del Parlamento), Carpegna y de España, la fuente de la Barcaza, la casina Borghese, los palacios Pallavicini Rospiglios y Barberini (sede de la embajada española, terminado ca. 1633), las fuentes del Tritón, de las Abejas y Paola, y villa Doria. Entre las iglesias:
S. Ignacio de Loyola (planta de tres naves y pinturas de Andrea del Pozzo, v.), Jesús y María, S. María de los Milagros, S. Inés in Agone, S. Antonio de los Portugueses, S. Jerónimo de la Caridad, oratorio de los Filipinos, S. Juan de los Florentinos, S. María in Campitelli, S. Andrés del Ouirinal, S. Carlos en las Cuatro Fuentes, S. María de la Concepción, S. Susana y S. María de la Victoria.
Evolución posterior. A la R. del s. XVIII dan esplendor los siguientes monumentos: villa Albani, fuente de Trevi, Trinidad de los Españoles, Trinidad de los Montes y palacio Braschi. Puede decirse que a finales del s. XVII ( R. había asumido ya todos sus caracteres más típicos, no alterados en el periodo neoc1ásico, durante el cual se edifican la plaza del Popo lo y el Pincio ..
En general, la R. convertida en capital de Italia ha respetado las leyes del decoro al construir los nuevos monumentos y edificios públicos y, en cierto sentido, ha revolucionado al desarrollo demográfico con un incremento extraordinario (v. 1). La expansión edilicia ha sido proporcionalmente rápida. Poco antes de finalizar el s. XIX se abrieron la Vía Nacional y la Vía Cavour, la arteria del Corso Víctor Manuel 11 y las grandes plazas de las Termas, de la Independencia y del VÍctor Manuel. Simultáneamente surgían los nuevos barrios del Esquilino, del Celio, del Testaccio y de los Prados. Se levantaron grandes muros para regular el curso del Tíber a su paso por la ciudad.
En los primeros decenios de nuestro siglo se formaron los barrios Flaminio, Salario, Nomentano, los de Puerta de San Juan y Puerta Mayor, el Ostiense, el de Monteverde (JanÍculo), el de Puerta de los Caballeros, el de la antigua plaza de Armas (barrio Mazzini), el de Monte Mario y el de Monte Sacro. Tal desarrollo demográfico respetó el semblante de la antigua R., la Ciudad Eterna por excelencia. Las nuevas excavaciones arqueológicas restauraban definitivamente los foros imperiales, los cuatro templos del Área Sacra de plaza Argentina y la colina Capitalina.
No debemos olvidar, entre los edificios monumentales de este último periodo (de 1870 a 1970), el monumento a Víctor Manuel 11, de G. Sacconi, con la tumba del soldado desconocido, que domina la plaza Venecia; los palacios Odescalchi, Wedekind y Margarita, villa Torlonia, el teatro de la Opera, la fuente de las Náyades, la puerta de S. Pancracio, el palacio de las Bellas Artes, el Museo Civico de Zoología, el palacio del Viminal, el parque de Porta Capena, el foro Itálica, la estación Termini, el estadio Flaminio y el palacio de los Deportes, las dos últimas, obras de Luigi Nervi. En el último decenio, mientras se acentuaba cada vez más el ritmo inmigratorio, se ha espesado la red fabril en la periferia y, junto a barrios modelos, como el del EUR, y a construcciones cooperativistas ejemplares como la del Monte Mario, han surgido también numerosos suburbios excesivamente poblados, especialmente a 10 largo de las grandes vías extraurbanas.
El esplendor derivado de la enorme actividad artística desarrollada en torno a la corte papal por Rafael (v.) y Miguel Ángel (v.), en la primera mitad del s. XVI, hace de Roma, hasta principios del s. XVIII, la capital artística europea. El poder de atracción y difusión que emana de ella hace que sean insuficientes las consideraciones locales e incluso nacionales sobre el arte que allí se desarrolla.
Manierismo. La influencia de los grandes artistas que dominan la pintura del s. XVI se manifiesta en el manierismo de sus seguidores, caracterizado por lo refinado y docto de sus tendencias. Colaboradores de Rafael en la decoración de la Farnesina son Sebastiano del Piombo , Peruzzi y Sodoma . Julio Romano intenta una síntesis de los estilos de Rafael y Miguel Ángel, al que se acercan entre otros Salviati y Volterra (v.). En la segunda mitad del s. XVI alcanza una posición preeminente el erudito y hábil Taddeo Zuccari, cuya actividad después de 1566 continúa su hermano Federico, personalidad compleja y viajera; ambos (v. ZUCCARI, TADDEO y FEDERICO) destacan por la solemnidad temática y por su equilibrio formalista. Su manierismo ecléctico es continuado por Giuseppe Cesari, llamado el caballero de Arpino (1568-1640), y algunos otros como Cristoforo Roncalli y Antonio Circignaniel Pomerancio, penetrando así profunda e inexplicablemente por su falta de calidad en el s. XVII. Por otra parte, Caravaggio (v.), en Roma desde 1589, abre nuevos y muy distintos caminos a la pintura. Cuando él trabaja en 1597 en S. Luis de los Franceses, los boloñeses Annibale y Agostino Carracci pintan la Galería del Palacio Farnesio. También comienza la actividad, particularmente intensa en el s. XVII, de artistas extranjeros manieristas, como el holandés Va sanzio y el flamenco Paulus Bril (m. 1626), que influyen en el desarrollo posterior del paisaje.
Carraccismo y caravaggismo. La influencia de Caravaggio y los Carracci determina las dos tendencias que caracterizan los comienzos de la pintura r. del s. XVII. Se desarrollan paralelamente en las dos primeras decenas del siglo para terminar triunfando el clasicismo sereno y el severo equilibrio de formas de los Carracci, que evoluciona hacia la gran decoración barroca, mientras el sentido realista de Caravaggio, difundido y renovado por muchos discípulos, se refugia finalmente en la pintura de género, pero dando sugerencias a toda la pintura italiana y europea. Pertenecen a la corriente caravaggiesca el mantuano Bartolomeo Manfredi (1580-1620), fiel imitador y transmisor del estilo a artistas extranjeros como los franceses Valentin (1591-1634), La Tour, Le Clerc y los holandeses Ter Brughen (m. 1629) y van Honthorst (1590-1654); el romano Oracio Borgianni (1578-1616), que lleva de España el recuerdo del Greco a cuadros animados por repentinos fulgores y sombras; el veneciano Carlo Saraceni (1585-1620), de rico color y relacionado con el alemán Adam Elsheimer (1578-1610); el toscano Oracio Gentileschi (1565-1639), de delicadas y luminosas transparencias y que extiende su influjo a Francia e Inglaterra, donde es pintor de corte y ejecuta sus últimas obras; su hija Artemisia (1597-1652), que difunde a Caravaggio en la escuela napolitana; y Giovanni Serodine (15941631), natural de Tesino y llegado a Roma en 1615, artista solitario que enlaza con Hals y Rubens, y quizá el mejor seguidor del maestro.
Entre los discípulos de los Carracci destacan los bolo· ñeses: Domenichino , por su rigor formalista; Guido Reni (v.), admirado por su elegancia idealista; y Francesco Albani (v.), de arcádico mitologismo. Sassofcrrato (1609-85) y Cozza siguen a Domenichino con temas religiosos de sentimentalismo externo, marcando la máxima divergencia de Caravaggio. Un seguidor de Albani, Andrea Sacchi (1599-1661), es el mejor continuador del estilo, con un simplicismo monumental y una composición clásicamente equilibrada. El emiliano Giovanni Lanfranco (15821647), aunque de formación carracciesca, posse una gran sensibilidad para el color y la luz, y preludia las manifestaciones del gran estilo decorativo barroco (escorzo, dinamismo de las masas, perspectiva aérea), que encuentra en Pietro de Cortona (v.) su máximo representante. Su gran techo del Palacio Barberini, de 1639, es la consagración del estilo que domina en la segunda mitad del siglo. G. F. Romanelli (ca. 1610-62), Giminiani y Ciro Ferri (1634-89) destacan entre sus discípulos.
Neovenecianismo y otras tendencias. No obstante la oposición entre el clasicismo de Sacchi y el barroquismo de Cortona, existe en ambas corrientes un interés por el colorismo de los venecianos que ha hecho hablar de un momento neoveneciano en la pintura r. de esa época. Destacan en él Nicolas Poussin , en Roma desde 1624, primero de una segunda oleada de pintores franceses como Le Nain (v.), Le Brun (v.) y los Courtois; el lombarda Pietro Francesco Mola (1612-66), vuelto de Venecia en 1636, un año después que Sacchi; y Pietro Testa (1611-50).
Este neovenecianismo manifiesta principalmente sus efectos en el sentimiento pictórico y prerromántico del paisaje. por el que se une a los ya citados, en ciertos aspectos, Salvatore Rosa (1615-73), establecido en Roma hacia 1650. La pintura de paisaje tiene en Roma un importante desarrollo desde que Bril inicia el género, que continúa Annibale Carracci en un .tipo ideal. y heroico donde el alemán Adam EIsheimer introduce el luminismo de Caravaggio. Tassi lo transmite al joven Claudio Lorena (v.), que trabaja en Roma hasta su muerte en 1682, y crea visiones luminosas que, a través de los paisajistas ingleses, influyen en los impresionistas del s. XIX. Poussin da intensidad humanÍstica al paisaje heroico, y su cuñado Duguet. nacido en Roma, una pasión de tinte romántico.
La herencia naturalista de Caravaggio se centra en aspectos de la vida cotidiana. Entre 1630 y 1660 se producen magníficas obras, rebosantes de verdad y llenas de sabor popular, por el holandés Pieter van Laer (15921642) -llamado el Bamboccio, apodo que da nombre a la escuela-, Viviano Codazzi (1603-72) y principalmente Michelangelo Cerquozzi (1602-60). A finales de siglo, el género decae con las realizaciones más modestas de Amorosi y Ghezzi. Durante la segunda mitad del siglo continúa la antítesis entre las tendencias de Cortona y Sacchi. Entre los seguidores del primero destacan los luqueses Coli y Gherardi, y sobre todo el genovés Giovanni Battista.
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