Barrio de La Trinidad en Málaga

Cuartel de La Trinidad

Convento de La Trinidad. El Convento de La Trinidad, también conocido como Convento de San Onofre de Padres Trinitarios Calzados, es un antiguo convento trinitario. Se trata de una edificación del siglo XVI, de estilos Renacentista y mudéjar alrededor del cual se originó el barrio de La Trinidad, a extramuros de la ciudad medieval. Destaca su claustro con arcos de medio punto y columnas de mármol. Además de convento, ha servido como cuartel de la Guardia Civil. Se han descubierto bajo el suelo de un solar del convento los posibles restos del Campamento Real de Isabel La Católica que se sabe que se ubicó en este lugar, conocido entonces como Cerro de la Artillería, durante la conquista de la ciudad en 1492.

 

Más de Quinientos veinte años de antigüedad urbana cumple ya el barrio de la Trinidad. En efecto, el día 15 del mes de diciembre de 1492, los Reyes Católicos firmaron en Barcelona un privilegio por el cual concedían a fray Miguel de Córdoba, trinitario del convento de Málaga, tierras, huertas y viñas para el sostenimiento de la obra. Tan generosas atenciones reales no habían sido las únicas que dispensaron Isabel y Fernando a la Orden Trinitaria, puesto que el mismo fraile a quien hicieron llegar las mercedes concedidas ya había recibido otras inmediatamente después del cerco y toma de Málaga entre mayo y agosto de 1487, por cuanto que fray Miguel de Córdoba y varios compañeros de la misma orden se encontraban en la ciudad a la hora de disponer los primeros repartimientos.

En realidad, los trinitarios llevaban en la provincia mucho tiempo antes de la conquista de la Malaca musulmana, puesto que su misión era la de redimir cautivos y fundar iglesias y conventos cristianos a medida que los ejércitos reales avanzaban sobre campos, tierras, pueblos y ciudades en manos de los moros. Todavía estaba lejana la conquista de Málaga por los Reyes Católicos, cuando la presencia trinitaria ya era un hecho en la Antequera de 1454. Pero hay más. Aún incipiente el desarrollo de la Orden de la Santísima Trinidad en Málaga, ya había sido llevada a cabo la fundación del convento marbellí en 1486. En el documento barcelonés citado, Isabel y Fernando concedían «sitio, huertas y tierras que así fuesen señaladas para el dicho monasterio, el cual es nuestra merced y voluntad que hayan y tenga por dote, para su reparo y mantenimiento, y de vos, dicho Miguel, y frailes, y convento, trescientas fanegas

 

 

El barrio de la Trinidad nació, por otra parte, en el mismo lugar donde estuvo instalado el campamento real de doña Isabel durante el asedio a Málaga. Allí, una vez finalizada la contienda, se levantó una pequeña ermita en honor de San Onofre, cimientos del futuro gran convento erigido posteriormente por los trinitarios. Pero no fue aquélla la primera casa de tales monjes. El padre Arturo Curiel, autor del documentado libro «Málaga y los trinitarios», recogiendo la crónica de fray Domingo López, alumbró los siguientes datos: «Como hubiesen mandado los Señores Reyes Católicos a las Justicias señalar sitio, y lo señalasen en una mezquita vieja, junto a la puerta del Mar, la estrechez del sitio y el bullicio de la gente, tenía grandemente incomodado al convento, así por el recogimiento, como por la vivienda.

Ante esta situación, el padre fray Miguel de Córdoba acudió a los Señores Reyes, quienes le señalaron por sitio la Puerta de Antequera. Allí tuvo inconveniente la fábrica, lo que dio lugar a ciertas alteraciones que degeneraron en altercado, a vista de lo cual, entendieron las Justicias y el Señor Obispo, D. Pedro de Toledo, que el sitio era la dicha Puerta del Mar, por lo que los religiosos volvieron a su fábrica. Al año siguiente, esto es, en 1494, vino un terremoto y derribó el convento y fábrica, mas el caballero D. Francisco Ramírez de Madrid dio el sitio que hoy tienen la ermita de San Onofre, donde, con licencia de los Señores Reyes, se trasladaron las imágenes de sus reales dádivas, que son: una de Nuestra Señora de la Antigua, donde está el retrato del padre Miguel, y un rótulo antiguo que dice: Real fundación; otra efigie de Cristo Señor Nuestro a la Columna, y allí, edificado el convento es el que hoy permanece con el título de San Onofre el Real».

 

 

Queda claro que los primitivos trinitarios de Málaga levantaron su remota casa en terrenos cercanos a la Puerta del Mar de la ciudad inadecuados según ya se ha dicho y que más tarde, tras el terremoto que destruyó la edificación, se marcharon definitivamente al que había sido campamento real de la reina Isabel, procediendo luego a levantar sobre la vieja ermita de San Onofre los definitivos convento e iglesia que en la actualidad, deslucidos y un tanto olvidados, se encuentran tan próximos entre sí en la Calzada de la Trinidad.

Por lo explicado, la fecha más remota del origen malagueño de los trinitarios hay que establecerla en 1488, casi un año después de la conquista de la ciudad por las tropas cristianas de Isabel y Fernando. Sobre el querenciado territorio del antiguo campamento de la reina, los trinitarios mandaron construir una deliciosa ermita del santo de sus afanes, San Nuflo o San Onofre. Debió ser una construcción irrelevante, pero en todo caso el comienzo del definitivo cenobio y, por tanto, también del nacimiento y formación paulatina del barrio que de él recibiría prestado nombre.

 

 

Inicialmente Puerta del Mar y más tarde las lomas trinitarias a causa de las razones aludidas, es a partir de 1494 cuando realmente el traslado de la comunidad a aquellos terrenos de la ermita señala el comienzo de la construcción del actual convento de Trinitarios Calzados. De este convento destacaron siempre su gran patio central con arcadas simétricas que descansan sobre columnas de piedra noble por las que se accede a galerías y claustros, su principal escalinata central que pone en comunicación las dos plantas del edificio, y un espléndido artesonado labrado en su día con exquisito gusto y que fue siempre uno de sus adornos arquitectónicos más notables.

El trinitario fray Arturo Curiel, en el libro que anteriormente hemos aludido y del que fue autor, recogiendo noticias muy antiguas de la crónica fundacional, refiere que en este convento protagonizaron vidas ejemplares muchos monjes compañeros precedentes. Cita, por ejemplo, la edificante vida de fray Diego López, hijo de Málaga que tomó el hábito en 1517, y que « ... virgen de alma y cuerpo, siendo angelical su conversación y trato, propiedades de los limpios de corazón», su fama alcanzó notoriedad en la Málaga de principios del siglo XVI, pues «Querido y consultado, llegó a ser como un oráculo al que acudían toda clase de gentes». Frailes escritores y tratadistas, excelentes y cálidos predicadores, destacados teólogos y eficaces gestores en la redención de cautivos, fueron monjes que vivieron en este convento en distintas épocas y diferentes siglos. De ellos, la orden trinitaria guarda especial memoria de Pedro de la Torre, que dejó numerosos tratados y escritos; Francisco de Romanes, muy docto, de relevantes prendas y calificador del Santo Oficio; Mateo Delgado, fraile muy ilustrado y gran predicador; José de Navarrete, experto en letras y literatura, que renunció a la Prelacía de Málaga «alegando que más debía tratar de bien morir que de bien mandar», y Diego de Santiago, notable redentor de cautivos con gran aceptación en tierras africanas, que fue ministro de los conventos de Tarifa, Caín, Marbella, Ronda y dos veces de Málaga.

 

 

El convento trinitario malagueño llegó a tener fama entre todos los coetáneos de la misma orden religiosa. Una frase, escrita por persona ajena a la misma luego de haber visitado el cenobio, revela el aprecio y crédito que entre los malagueños de pasados siglos tenían el convento y sus moradores: «Estuve en el convento de los ángeles que, además, es el convento de los santos». La frase es de Antonio de la Peña Hermosa, en alusión directa al estilo de vida de los congregantes. Respecto a la iglesia, y conforme Arturo Curiel nos documenta en su libro, lucía en sus muros interiores las armas de Francisco Ramírez de Madrid, caballero que donó el terreno definitivo para la edificación del convento e iglesia, y de sus descendientes, los marqueses de Rivas y Malagón y los condes de Castelar, familias que desde el comienzo del establecimiento de dicha orden en Málaga nunca dejaron de colaborar para resolver necesidades de la comunidad y su iglesia. «Sirvió de torres para las campanas un torreón que hicieron para el sitio de la ciudad cuando se resistieron los moros», apunta el historiador, «y entre las reliquias insignes pertenecientes al monasterio, se hallaba una espina de la Corona de Cristo, un hueso de San BIas, otro de los santos Cosme y Damián, más otro de San Roque, con sus auténticas respectivas».

Aunque de una sola nave, el templo se proyectó previendo una gran capacidad de fieles, los arcos interiores se abrían a sus lados para dar paso a las capillas laterales y el gran coro disponía, además de gran órgano tubular, de libros cantora les de gran tamaño en pergamino, un artístico facistol y numerosos sitiales para los frailes. El retablo mayor, de exquisito diseño y gran vistosidad, lucía tallas de San Juan de Mata y San Félix de Valois, fundadores de la orden, y de San Onofre. En otros lugares del templo se ven eraban las imágenes de Nuestra Señora de la Antigua y de un Cristo atado a ona columna, regalos que en su momento hicieron a los monjes trinitarios los Reyes Católicos. También se veneraban imágenes de los santos Cosme y Damián, cuya memoria de grandes médicos las gentes de Málaga respetaban, tanto más cuando que parte de sus reliquias se encontraban en el mismo templo.

 

 

El convento y la iglesia trinitarios fueron iniciativas que Isabel y Fernando impulsaron desde su autoridad y afecto hacia los monjes. A tales grados llegó su patrocinio, que en la redacción de la carta de privilegios que los reyes concedieron se observa un espíritu, además de generoso, imperativo, en cuanto que debían cumplirse todos sus contenidos, y cualesquiera autoridades y justicias que conocieran aquellas disposiciones tenian la obligación de acatarlas. Así se constata en la última parte de la carta de privilegios fechada en Barcelona el día 15 de diciembre de 1492. « ... Y por esta nuestra Carta mandamos al Consejo, Corregidor, Alcalde, Alguaciles, Regidores, Caballeros, Escuderos, oficiales y hombres buenos de dicha ciudad de Málaga, que os amparen y defiendan en la posesión de dicho sitio y huertas y tierras de que así os hacemos merced, con todos los edificios que en dicho sitio hiciereis, y no consientan ni den que por ninguna causa seáis molestados, ni inquietados sobre ello, ni os sea hecho otro mal, ni daño, ni desaguisado alguno contra razón y derecho y como no deban. Nos tomamos y recibimos so nuestro seguro amparo y defendimiento Real al dicho monasterio y Ministro, frailes y convento, a los dichos vuestros bienes y posesiones, y mandamos que os valga y sea guardado el dicho una persona no lo quebranten, ni vayan, ni pasen contra él, so de las penas establecidas por derecho, y los unos ni los otros hagan contra él de alguna manera, so pena de la nuestra autoridad, y diez mil maravedís, a cada uno que lo contrario hiciere, para la nuestra Cámara». De donde claramente se deduce que Isabel y Fernando no sólo estimaban el ejemplo de vida de los monjes trinitarios, sino que valoraban muy alta su contribución al catolicismo más ortodoxo que su autoridad representaba, y les reconocían méritos indudables como mediadores en la redención de cautivos.

 

 

Ciertamente, y según ya quedó aludido, el barrio de la Trinidad comenzó a desarrollarse como tal a partir de 1494, fecha en que se traslada desde la Puerta del Mar a las lomas del todavía innominado barrio extramuros de la ciudad la primitiva congregación de dicha orden. Ya, desde el comienzo de las obras del convento e iglesia, los malagueños denominaron con dicho nombre la que, hasta entonces, era una zona abierta de campos, huertas, fincas de labor y lagunas arcillosas que se extendía a partir de la ribera occidental del río Guadalmedina hacia el promontorio de los Angeles. Barrio que al cruzar el río desde la Cruz del Molinillo mostraba al viandante la ermita dedicada a la memoria de los niños Ciriaco y Paula, muertos con fama de mártires al ser flechados y lapidados, el pueblo bautizó el lugar como Martiricos, singularizando con tal diminutivo la juventud de los muchachos cuando sufrieron tan brutal castigo por sus creencias. Y esta fama inmemorial pasada de generación a generación obró en los Reyes Católicos el deseo de que tal recuerdo pasara a la heráldica malagueña, de manera que cuando concedieron a la ciudad su escudo de armas mandaron reproducir en sedas y tafetanes, una a cada lado de las torres de Gibralfaro, las correspondientes efigies en tránsito de tormento. La memoria de Málaga se pierde en cuanto a la morfología primitiva del barrio de la Trinidad. Las referencias más cercanas se contienen en las narraciones del padre Roa, que infieren acerca del lugar que en las colinas de los Angeles y Monte Coronado existieron numerosas cuevas en las que moraban no pocos ermitaños de independiente vida ascética, es decir, gentes que voluntariamente, sin obediencia a orden o congregación religiosa alguna ni arraigo a ninguna de ellas, practicaban la vida de soledad y recogimiento por simple y llana vocación.

 

Este terreno que se extendía entre la cima de los Angeles y el Monte Coronado, al parecer con docenas de cuevas muchas veces labradas por los propios eremitas con el consiguiente y preceptivo permiso de los obispos, fue llamado «el desierto», pues desierto era la denominación que los primitivos ermitaños y cenobitas españoles dieron a los lugares por ellos elegidos para la práctica de su vida en soledad y meditación, según inspiró a los europeos San Benito, tenido como el ermitaño que más directamente influyó en lo que se refiere a la práctica de la vida contemplativa y de oración. Tenemos por tanto un barrio que inicia su desarrollo urbano en lo que fue campamento real de la reina Isabel; tenemos, como referencia más antigua de su paisaje, la existencia de cuevas eremíticas, lo que proporcionaba al terreno una mayor singularidad; tenemos, además de lo expresado, la circunstancia histórica de que el conjunto que más tarde formaron el convento y la iglesia de la Trinidad nació sobre la que había sido ermita de San Onofre, y tenemos, por último, la constatación de que la primera calle del barrio fue justamente la que todavía hoy se llama Calzada de la Trinidad.

 

Parroquia de San Pablo

 

Iglesia de Zamarrilla 1950.

Y ello, quizá, porque al finalizar el siglo XV la única vía transitable del naciente barrio fuera precisamente la mencionada, toda vez que las restantes existentes como la Barrera de la Trinidad serían todavía campo o, como mucho, caminos polvorientos en verano y lodazales durante los lluviosos días de invierno. La que podríamos llamar colonización trinitaria por parte de la vecindad malagueña se inició en la primera mitad del siglo XVII cuando, justificadamente al número creciente de sus moradores, se crea la iglesia de San Pablo como ayuda de la parroquia de los Santos Mártires en 1649, si nos atenemos a las crónicas del canónigo Cristóbal Medina Conde. Las huertas más cercanas al convento e iglesia de la Trinidad fueron poco a poco, sin orden arquitectónico riguroso ni disposición urbana lógica, rodeadas de construcciones.

 

Calle Sevilla. 1950

Cuando las lomas próximas a ellas quedaron saturadas de edificaciones de gusto y corte popular, el avance urbano se prolongó hacia el lado de la actual calle Trinidad, calle Mármoles y hacia el río Guadalmedina, linde fronteriza con la urbe. Fue de suyo un barrio de aluvión, y poblado por gentes llegadas de todas partes, alcanzó un desarrollo notable. Ello hizo que las fronteras del Perchel con la Trinidad permitieron problemas de identidad a los habitantes de ambos barrios. Tiene que nacer la calle Mármoles para establecer la línea divisoria entre uno y otro. En efecto, puesto que los percheleros dependieron desde muy antiguo de la parroquia de San Juan y los trinitarios de la de los Santos Mártires, cuando finalmente se crean las iglesias de San Pablo (1649) y la de San Pedro nueve años más tarde es cuando verdaderamente se trazan las lindes psicológicas del uno y del otro.

 

Calle Jaboneros, 1950

San Pablo se extendía desde el río hasta el convento de la Trinidad a lo largo de la acera derecha de Mármoles, y San Pedro abarcaba desde las playas de San Andrés hasta la acera izquierda de la misma calle.

El dilema fue siempre la ermita de Zamarrilla, que, situada en la acera perchelera, los trinitarios siempre la disputaron como propia. Levantada sobre una terraza que criaba zamarrillas silvestres próximo a unas antiguas ollerías, estuvo más próxima a la Trinidad que al Perchel. Fue precisamente el desarrollo paulatino de la calle Mármoles el que retranqueó, en favor de los percheleros, la cruz que señalaba el camino antiguo de Antequera; y cuando en 1756 se levantó la ermita en el mismo lugar, la situación ya fue inremediable: pertenecía a los Percheles.

 

Feria en La Trinidad, 1945

Ello, no obstante, cuando San Pablo se convierte en parroquia en 1833, extrañamente a la situación de la ermita, la tuvo como iglesia de ayuda, lo que volvió a crear nuevos problemas de identidad entre los percheleros y trinitarios más cercanos y de roce más continuo. Si a ello agregamos la leyenda del bandido del mismo nombre y el misterio de la rosa blanca que se torna roja al ser clavada en el pecho de una imagen Dolorosa, se justifica que, todavía, la propiedad de Zamanilla esté en permanente discusión. El barrio de la Trinidad que reprodujo en sus planos José Carrión de Mula en 1791 y de cuyo levantamiento se cumplen ahora 207 años refleja la verdadera situación urbana, arquitectónica y poblacional de entonces. ¿Cómo era el barrio de la Trinidad en pasados siglos? Si observan os con atención los planos que José Carrión de Mula levantó en 1791 y Onofre Rodriguez en 1805 -ambos comentados por el profesor Pedro Portillo Franquelo en el estudio que ya aludimos al describir el Perchel-, se comprueba que todo su perímetro estaba ocupado por los «cuarteles» números 17, 18,19 Y 20 de los de la ciudad.

Del primero de los mencionados era su comisario el corregidor José Trigueros, que vivía en el pasillo de Carreteros, y su alcalde, Juan Jiménez, en calle Jara. Este distrito o «cuartel» comenzaba en la plazuela de los Carreros de la Aurora, proseguía por la de Almonas, calles Tiro, Jara y Empedrada hacia la iglesia y convento de la Trinidad, rodeaba la Huerta del Campo, avanzaba luego por Martiricos y cerraba en la acera de Natera hacia la Aurora. En sus seis grandes manzanas de casas vivían 553 vecinos.

 

El siguiente tenía como comisario a la misma persona y era su alcalde Bernardo García, con domicilio en Huerta de la Trinidad. El «cuartel» se iniciaba en la plazuela de Montes y discurría por Empedrada, Jara y Yedra hasta el Campillo y, por detrás de la Trinidad, hacia Martiricos y la Huerta con toda probabilidad la que conocimos por Huerta de Godino, y se cerraba en calle Trinidad atravesando la ya indicada plazuela de Montes. Tenía 11 manzanas que estaban habitadas por 517 vecinos.

Del número 19 era su comisario regidor Simón Castell, que vivía en calle San Juan, y su alcalde, Manuel Martínez, que tenía su casa en calle Zamorano. El «cuartel» se iniciaba en las llamadas cuatro esquinas de calle Jaboneros y lo formaban las calles Jara, Yedra, Campillos, Camino de Antequera, Los Tejares, Despensilla, Mármoles y Huertas, hasta cerrar de nuevo en las citadas cuatro esquinas. Disponía de 11 manzanas que totalizaban 504 vecinos.

Del último de los «cuarteles» era comisario el mismo anterior, y alcalde de barrio, Francisco Ramírez, con domicilio en calle Mármoles. Daba comienzo en el pasillo de la Puente y salía por Despensilla a la de Mármoles, Jaboneros, Jara, Tiro, Almona y por la Aurora al pasillo de nuevo. Disponía de 7 manzana de casas y en ellas vivían 480 vecinos. Según estos datos, el barrio de la Trinidad estaba formado en 1791 por 20 «cuarteles» con una densidad vegetativa de 2.054 vecinos, lo que nos facilita mucho el conocimiento de la realidad trinitaria antes de finalizar el siglo XVIII. PRIMERA CALLE. La Calzada de la Trinidad fue la primera calle del barrio, aquella que, desde las colinas, a medida que se fueron construyendo nuevas casas, comenzó a bajar por la Barrera de la Trinidad hacia la plaza de San Pablo, donde quedó erigida posteriormente la iglesia principal. Luego, por la propia presión urbana, la Calzada se alineó con la Barrera de la naciente calle Trinidad, estableciéndose desde el río hasta el convento una larga aunque angosta vía que en la actualidad mantiene prácticamente su improvisado diseño primitivo.

Al mismo tiempo que la última, se fue formando la calle Mármoles. Esta nació a medida del poblamiento del barrio desde el atrio de la iglesia de San Pablo hacia la calle citada, y describía un trazado paralelo al de calle Trinidad. Comenzaba en la actual placita de Padre Miguel Sánchez y llegaba hasta la esquina de Empedrada. Era de corte moruno, estrecha y poco soleada, y de edificaciones de una o dos plantas. La muy posterior construcción del puente de la Aurora, cuyos estribos se alinearon con talento en su día, permitió el desarrollo de una calle Mármoles mucho más ancha, haciendo desaparecer la primitiva al enlazarla con el camino viejo hacia Antequera. Cuando en 1845 Pascual Madoz logra reunir los datos de la capital y provincia en el volumen «Málaga» de su Diccionario Geográfico, Histórico y Estadístico de España asegura que en dicho año la ciudad tenía 6.880 casas, de las cuales correspondían 2.180 a los barrios Perchel y Trinidad.

 

Si dicho año tales barrios diseminaban en sus respectivos territorios el 50 por ciento del mencionado número de edificaciones, cada uno de ellos tendría 1.090, que a una media de ocupación de 6 personas -teniendo en cuenta la capacidad de las mismas en cada una de sus plantas y las alcobas de los corralones donde el número de habitantes podría ser incalculable- daría aproximadamente un censo de casi 13.000 vecinos. Compare el lector un pueblo del mismo número de habitantes y tendrá la medida del formato urbano trinitario en 1845.

Ese mismo año la ciudad estaba dividida en cuatro distritos, el último de los cuales se denominaba de San Pedro y San Pablo: « ... empiezan en la ermita de Martiricos, sigue al convento de la Trinidad, Ollerías de Zamarrilla, camino de la Huerta de los Olivos y Arroyo del Cuarto; continúa por la Casa Matadero, fielato de Poniente, Jardín de Aclimatación, finca La Aurora de los Larios, ferrería La Constancia y playa de San Andrés; llega a la desembocadura del río Guadalmedina, desde donde se dirige por arriba hasta la ermita de Martiricos, en que principió». Dicho perímetro, integrador de dos barrios absolutamente distintos, describe la situación de los mismos dentro del plano general de la ciudad. Además de las muy antiguas Calzada y Barrera de la Trinidad y calles Trinidad, Mármoles, San Pablo y la plaza del mismo nombre, junto con las mencionadas en cada «cuartel», el barrio tuvo otras muchas vías, algunas de las cuales están en la memoria no sólo de sus más antiguos moradores, sino en la de otros tantos malagueños.

Fueron notables por su ambiente y concurrencia las calles Cotrina, Tacón, Jorge Juan, Pizarro, Churruca, Feijoo, Acera del Campillo, Juan de Austria, Sevilla, Malasaña, pasaje de Zambrana y calle y plaza del Hospital Civil (la primera de las mencionadas se bautizó con el nombre de Dr. Gálvez Ginachero). Paralelamente al desarrollo urbano del barrio como consecuencia de la construcción del convento e iglesia de los que recibe título definitivo se produce el nacimiento de un hito urbano que acabaría, siglos más tarde, convirtiéndose en uno de sus más significativos símbolos, todavía viviente, como fue el primer centro benéfico trinitario.

El día 14 de febrero de 1575, luego de ser presentado oficialmente a la mitra malacitan a por el rey Felipe , tomó posesión por poderes como obispo de Málaga Francisco Pacheco y Córdoba, cargo que se prolongó hasta doce años más tarde en que fue promovido al Obispado de la ciudad de la Mezquita. A este obispo le cupo autorizar la fundación del convento de los Angeles de Recoletos de San Francisco, que la familia promotora de él mandó levantar en la colina más prominente y cercana al naciente barrio. Se eligió tan especial lugar dado que todo él gozaba por entonces de gran popularidad como zona de oración, desierto para la práctica de la vida contemplativa y lugar, como ya se mencionó, elegido por muchos eremitas para llevar una existencia entre rezos, sacrificios, ayunos y voluntaria inmolación al ideal ascético.

Este lugar, llamado de Miraflores, quizá el más escarpado de los montes inmediatos y donde existían numerosas cuevas, fue el elegido para el establecimiento de la primera comunidad de monjes recoletos de San Francisco.

La noticia de su fundación se contiene en el tomo IV de «Conversaciones históricas malagueñas», de Cristóbal Medina Conde: «El Comendador D. Diego de Torres de la Vega, Regidor perpetuo de esta Ciudad, Mayorazgo, y Pariente mayor de la nobilísima familia de los Torres, fue el Fundador de este Convento, que no puso en execución por su muerte; pero lo dexó mandado en su testamento que otorgó en esta Ciudad año 1582. Por él mandó que en el sitio llamado de Miraflores, a la parte del Norte de esta Ciudad, que habían comprado dicho D. Diego y su muger Doña María Ponce de León en el año 1569, se fundase este convento; reservando para sí, y sus herederos, el Patronato de la Capilla mayor para depósito de sus cenizas, y una habitación, separada de la clausura, para ellos».

Por lo dicho, como al fundador del convento le sorprendió la muerte durante la tramitación documental necesaria para ello, fue su hijo quien, cumpliendo la manda testamentaria paterna, realizó tal deseo: «Con efecto, su hijo D. Luis de Torres de la Vega Ponce de León cumplió su voluntad, junto con D. Alonso de Torres, Dignidad de Tesorero de esta Catedral. Estos hicieron instancia al Rmo. P. Fr. Antonio Manrique, Comisario general de toda la Familia Cismontana de la Religión Seráfica para que diese su licencia para esta fundación, que al punto dio por su Patente firmada en 1584».

 

«En 2 de febrero de 1588, siendo ya Provincial el P. Fr. Pedro de los Angeles, se hizo la entrega, y tomaron posesión de este convento los Religiosos, trasladándose a él el Santísimo Sacramento, que en muy solemne procesión de todo el Clero, Religiones, y Nobleza de es.ta Ciudad, llevó en sus manos el Ilmo. Sr. Obispo Pacheco, en dicho día 2 de Febrero de 1585, conduciéndolo de la Capilla dedicada a S. Pedro y S. Pablo que en dicho sitio tenían los señores Torres, que les sirvió de iglesia interina hasta que se acabó la del Convento, que intitularon de Nuestra Señora de los Angeles, de la devoción de esta nobilísima familia». SAN CIRIACO y SANTA PAULA. La histórica y sostenida polémica que desde hace siglos mantuvieron estudiosos, escritores y documentalistas malagueños a propósito del lugar donde se encontraban los restos de los santos patronos de Málaga encuentra en el barrio de la Trinidad su máximo foco de atención. En efecto, dado que en el barrio existió inmemorial mente un lugar llamado Martiricos -que se extendía desde la ribera occidental del Guadalmedina hacia el nacimiento del arroyo de los Angeles-, la tradición oral y aun escrita viene asegurando, con Morejón y Roa al frente, que los restos mortales de ambos jóvenes mártires de la causa cristiana se encontraban en cualquier lugar bien oculto de la zona.

El hecho mismo de que la popular ermita erigida en memoria de «los martiricos» no hubiera sido localizada abonó la creencia de que su localización posible correspondía al lugar donde se levantó el convento de Nuestra Señora de los Angeles. Según la citada tradición, la cimentación primitiva del cenobio se hizo involuntariamente sobre las tumbas de nuestros patronos. No carece de fundamento tal creencia, pues al iniciarse la total urbanización de la Huerta de Godino en los años 70 del presente siglo, en el lugar donde se levantó el más alto de los edificios, aparecieron restos que los arqueólogos de entonces aseguraron se trataba de un antiquísimo cementerio romano, lo que prueba que el actual Martiricos o el territorio que hace siglos lo abarcaba fue, en efecto, enterramiento romano. Cabe pensar que los niños patronos de Málaga tuvieron alguna relación con él.

 

Es el mismo Medina Conde quien lo dejó escrito: «Tienen estos Religiosos una tradición, que se haya entre varias noticias, que les dejó su fundador D. Diego de Torres, de que en su recinto están sepultados los sagrados cuerpos de nuestros Santos Patronos, a cuyo asunto hay compuestas varias poesías, y epigramas Latinos, que se guardan en su archivo, y he leído, de las que trasladó algunas el P. Morejón». Otro aspecto de la plaza de Bailén, ya en el centro moderno de la Trinidad. DESARROLLO URBANO. Si tuviéramos que determinar aquí los puntos de referencia que señalaron el desarrollo del barrio de la Trinidad, tendríamos que citar varios lugares: el convento e iglesia del mismo nombre, el de recoletos de San Francisco o Asilo de los Angeles, la iglesia de San Pablo, el convento de la Aurora María y la ermita de Zamarrilla.

Dirá el lector que es casualidad que fueran cuatro instituciones religiosas las que auspiciaron el primitivo desarrollo urbanístico del barrio. Por eso, y con el fin de entenderlo, debemos recordar lo que a cada una de dichas instituciones deben no sólo los trinitarios, sino la ciudad entera. Sobre el desarrollo urbano próximo a la iglesia y convento de la Trinidad, campamento que fue de la reina Isabel durante el asedio a Málaga entre mayo y agosto de 1487, quedó ya explicado: fue retirarse las tropas cristianas y comenzar la edificación en dicho lugar de la ermita de San Onofre; posteriormente se alzarían sobre ella el templo y la iglesia de la que el barrio recibe título.

 

Al construirse la iglesia de San Pablo o de San Paulo, como a los trinitarios gustan llamar, el barrio va a experimentar una considerable ampliación de su perímetro central, pues algunas de sus primitivas casas se diseñaron adosadas a los iniciales muros del templo. Después, demolidas las citadas construcciones no demasiado estéticas, comienza a definirse un urbanismo de mayor gusto, el cual se alinea formando manzanas, cuadras o cuarteles rodeando el templo. El estirón urbano se produce desde el atrio de la parroquia hacia la calle Mármoles, quedando a su espalda las huertas y terrenos que configuraron la antiquísima plazuela de Montes. De tan señalado y espectacular crecimiento, que coincide con la prolongación de la Calzada y Barrera, surge y se define la primera arteria del barrio, calle Trinidad, que desciende hasta la ribera occidental del Guadalmedina. Es el momento de la aparición de las primeras al monas o jabonerías y los oficios de tahoneros actuales panaderos y carreros fueron practicados por muchos trinitarios. Debemos hablar igualmente de los terrenos de la Cruz de Zamarrilla, así llamados por la proliferación que en ellos se daba de la citada planta silvestre. Situados entre el Perchel y la antigua Acera del Campillo, cuando se levanta una ermita próxima a la cruz que estaba en medio del campo como invitación a la oración del caminante, surgen, próximas a ella, nuevas construcciones domésticas populares, así como una serie de corralones que nutren de gentes de aluvión las estribaciones percheleras y trinitarias. Con tal modelo urbanístico se alcanza, hacia la mitad del siglo XVIII, el perfil trinitaria casi definitivo, que todavía en la actualidad prácticamente casa con el citado diseño.

La calle Mármoles tenía, desde luego, una traza y disposición diferente. Ello fue así porque, tal como quedó explicado, el ensanche a partir de la construcción del puente de la Aurora hizo posible una ampliación que no tenía cuando era el viejo camino hacia Antequera. Diremos por último que entre las múltiples señas de identidad que tradicionalmente tuvo el barrio, y fueron muchas sus singularidades, se encontraba la de ser el ámbito urbano malagueño que mayor número de panaderías tuvo en toda ocasión. De sus famosas tahonas salía cada mañana un buen pan para ser repartido prácticamente en toda la ciudad. Amanecer en la Trinidad era, hasta que muchos de sus obradores y panaderías cerraron, percibir el latido de la vida a través de un cálido y reconfortante dulce aroma a pan caliente horneado con retama procedente de Jotrón, Lomilla o El Boticario, que cada día acercaban a la ciudad famosos retameros de los Montes de Málaga. SAN PABLO. La iglesia de San Pablo que hoy conocemos en el mismo corazón del barrio no nació como parroquia, sino como ayuda de la de los Santos Mártires, de la que durante muchos siglos dependió la feligresía trinitaria. Según la crónica de Medina Conde, la autoridad eclesiástica quiso que los vecinos trinitarios pudieran contar con unos servicios religiosos ágiles y cercanos para la administración del fundamental sacramento de la extremaunción a los enfermos y moribundos; asimismo, y para evitarles sus costosos desplazamientos al centro urbano donde se hallaba enclavada la parroquia que les correspondía, determinó la construcción de una simple capilla donde fuera expuesto, venerado y reservado el Santísimo Sacramento.

La intención no fue, pues, procurar a los vecinos parroquia propia, sino de acercar a ellos la administración de los sacramentos. Esta primitiva capilla se levantó en el ya entonces conocido Corral de la Palma, terreno próximo al lugar donde hoy se encuentra el templo parroquial donde se veneran las imágenes de Jesús Cautivo y María Santísima de la Trinidad, en el corazón mismo del barrio. Era simplemente una capillita sin grandes pretensiones que ya estaba levantada en 1649, un año después de ocupar la sede malacitana el obispo Alonso de la Cueva y Carrillo, marqués de Bedmar, antiguo embajador en Venecia de Felipe III y cardenal de la Iglesia desde 1622. A este obispo-cardenal-embajador deben los trinitarios los cimientos del que sería con el tiempo costeado templo parroquial, labrado en piedra y dotado de cura, organización y feligresía propios a partir del año 1833. Desde el principio de la existencia de su originaria capilla, los trinitarios fundaron en la misma las cofradías del Santísimo Sacramento, de Nuestra Señora de la Concepción, de San Antonio Abad, así como la de la Santa Cruz y Rosario. A Madoz debemos unas observaciones que, tomadas en 1845 y dadas a conocer cinco años más tarde, aportan datos de interés: « ... consta de dos naves con una capilla, seis altares, un coro alto y un órgano. Su servicio se compone de un cura párroco perpetuo de real presentación, previo concurso, y dos tenientes nombrados por el diocesano.

Tiene esta parroquia la ayuda de la ermita de Zamarrilla y la iglesia del suprimido convento de la Trinidad -ya se habían producido las desamortizaciones-, con culto público propio del duque de Rivas». Se entienden que estos cultos se referían a la Trinidad y no a San Pablo, donde el noble de dicho apellido, heredero de los patrocinadores del convento, costearon sus cultos y celebraciones litúrgicas durante largo tiempo. El convento de la Aurora María, existente aún en el barrioo y dedicado a la docencia de disciplinas sociales, estaba prácticamente terminado en el año 1739, aunque sería el 15 de enero de 1757 cuando realmente se celebró su inauguración solemne con el traslado de la imagen de su hermandad, el rezo de un rosario la noche anterior de la misma jornada y el establecimiento definitivo de las monjas de la Aurora y Divina Providencia. La tradición del convento venía de lejos. En realidad procedía de los cercanos Percheles, pues « ... fue su fundador Juan Sánchez, maestro de escuela terciario del hábito descubierto de Santo Domingo», es decir, seglar sujeto al modelo de vida que propagaba la Venerable Orden Tercera de Santo Domingo de Guzmán. Este maestro tenía su escuela en la calle San Jacinto.

El y sus pupilos realizaban ya en el año 1680 los llamados rosarios de la madrugada, llegando a crearse como consecuencia de aquella práctica religiosa la Congregación del Rosario de la Aurora María. De la calle San Jacinto mudó al Corralón de Bustamante, también perchelero, donde se unió a la misma un considerable número de hermanos adultos; ellos fueron quienes, a partir de dicha circunstancia, dieron nombre a la congregación y mote a la práctica del rosario público entre las últimas sombras de la noche y los primeros albores de cada madrugada. Por extensión, dieron tal título a una imagen de la Virgen. La primera vez que se constata documentalmente la existencia del paraje de Zamarrilla fue en 1649. En efecto, la alusión se hacía desde una anotación en las actas del cabildo catedralicio, que se refería a la zona por existir ya entonces la llamada Cruz de Zamarrilla en mitad del campo, al término de la que posteriormente fue calle Mármoles e iniciación del viejo camjno hacia Antequera. ¿Recibe la cruz el nombre de Zamarrilla -tal como ya se citó en entregas anteriores- por ser territorio de abundantes zamarrillas silvestres, o lo fue en recuerdo de un caballero cristiano que fue en dicho lugar emboscado y muerto por sus enemigos, tal como dejó sugerido el padre Morejón? El origen de la ermita tiene relación con el hermano Antonio Barranquera, trinitaria de origen y vecindad, que instituyó un rosario nocturno en el que participaban muchos de los malagueños que iniciaron el poblamiento del barrio. El rosario sirvió para alentar la construcción de una capillita para que domingos y «fiestas de guardar» se celebrasen misas. El canónigo Medina Conde, haciendo caso omiso de la placa que figuró a la puerta de la misma y que aseguraba que fue hecha por la devoción de Juan Silvestre Guedes, dice que en realidad la iniciativa de construirla se debió a las limosnas que pudo reunir Antonio Barranquera, con quien colaboró Guedes, aunque fue el último quien la mandó instalar. Decía: «Se hizo esta obra a devoción de Juan Silvestre Guedes, y con las limosnas de los devotos».

 

Antonio Barranquera, ya sacristán de la capilla, formalizó una hermandad para dar culto a un Crucificado que llamaría Señor de la Esperanza o Señor del Camino, que, encargado de hacerla el ermitaño Lorenzo de San Francisco, se bendijo en la Santísima Trinidad y llevado a Zamarrilla en 1757. A este respecto habrá que recordar aquí que muchos hermanos no estuvieron de acuerdo con tales nombres, por lo que, sometido el asunto a votación, hubo unanimidad en lIamarlo definitivamente Señor de Zamarrilla.

Si cronológicamente la historia del urbanismo trinitaria nace al pie de la torre de la Santísima Trinidad (1490), prosigue en torno al primitivo Asilo de los Angeles (1584), avanza por la Barrera cuando se construye el templo en junio), podemos leer la siguiente ficha: «7 de mayo de 1859.-Se dicta una real orden por virtud de la cual se enviaban los planos al Sr. Moreno Monroy con la indicación que en la construcción del Hospital Civil de Málaga se imitase en lo posible al Hospital de la Princesa de Madrid, que a su vez se había construido teniendo a la vista el de Larivoisier de París, el cual, a su vez, se había inspirado en el del Departamento de Burdeos».

La historia de este importante centro hospitalario comenzó, no obstante, varios años antes como consecuencia de la campaña que inicia en el periódico «El Correo de Andalucía» uno de los notables malagueños de la época, Jorge Loring Oyarzábal, marqués de Casaloring y uno de los fundadores del influyente rotativo. El señor Loring desata tan duras críticas contra la situación hospitalaria de la ciudad, que sus ecos llegan a ser escuchados en Madrid, y, consecuencia de la reacción política y administrativa, fueron los primeros 200.000 reales de vellón que para la adquisición de los terrenos necesarios para construirlo se autoriza a gastar a la Junta Provincial de Beneficencia. Hubo varias ofertas de fincas: la Huerta Haza del Campillo, Cortijo de Gamarra y los terrenos próximos a la iglesia y convento de la Santísima Trinidad.

La Junta Provincial de Beneficencia se decidió por los últimos, todavía propiedad del conde de Casapalma, que ofreció venderlos a módico precio por tratarse de una obra benéfica y del más alto interés social para la ciudad. Se adquirieron 41.647 metros cuadrados de terreno por el precio total de 64.000 reales, además de otros 5.605 metros adquiridos en las mismas condiciones económicas a los herederos de Juan Anaya.

 

Se hizo el presupuesto de las obras y se presentó a la reunión que dicha junta celebró el día 1 de agosto de 1861, aprobándolo por un total de 5.981.969 reales. Su financiación se cargó al resultado económico de la venta de los terrenos del antiquísimo Hospital de la Reina, entonces situado detrás de la Acera de la Marina, una subvención de la Diputación Provincial, 300.000 reales como aportación del Gobierno y un préstamo que se solicitó de la Caja General de Descuento. A pesar de todo, existía un déficit de 340.000 reales. El tiempo que se daba para la ejecución de la obra fue de cinco años, plazo que en realidad sería muy rebasado, de de San Pablo (1649), se completa con el convento de la Aurora María (1739) y termina por definir su contorno la ermita de Zamarrilla (1757). Su último y definitivo diseño del siglo XIX se alcanza al construirse el Hospital Civil Provincial San Juan de Dios (1862).

HOSPITAL DE MALAGA. El hospital se concibió como una obra arquitectónica de diseño y organización estructural muy avanzados. Sus seis pabellones se enlazaban a través de espaciosas galerías abiertas al aire y al sol de la ciudad, y su patio central, de 74 metros de largo por 40 de ancho. fue el verdadero asombro de los malagueños de entonces. Las obras concluyeron definitivamente en 1892, de manera que entre la ceremonia de colocación de su primera piedra y los fastos inaugurales mediaron treinta años justos. Muchos particulares adinerados y notables familias locales colaboraron en dotar adecuadamente el gran hospital de Málaga. Así, Domingo Larios regaló en 1875 una gran cocina, que estuvo funcionando hasta 1969; Ricardo Larios costeó un pabellón y sala infantiles; la Casa Larios sufragó dos quirófanos y equipos y materiales quirúrgicos; el Círculo Mercantil, primera entidad asociativa malagueña de su moderna historia, subvencionó la construcción de dos grandes salas para encarnes; Trinidad y Julia Grund de Heredia, la construcción de su gran capilla, y Carlos Larios, entre otros muchos donantes, se ofreció a costear la barandilla interior y el acristalamiento de todas las ventanas y huecos del edificio.

 

PUENTE DE LA AURORA. El acontecimiento más importante de los años 20 del presente siglo, protagonizado con expectación día a día por los trinitarios de la época, fue, sin lugar a dudas, la construcción del puente de la Aurora, así llamado por su cercana localización al convento del mismo nombre. La construcción del mismo permitió definir no sólo las lindes del Perchel y la Trinidad, sino el diseño definitivo de la segunda importante vía de circulación trinitaria. Ello fue posible al estribar el puente en lógicos y proporcionados puntos entre los barrios mencionados, de tal manera que al proyectarlo sobre el río su calzada describió el eje equidistante para abrir al tráfico la actual calle Mármoles y permitir con el tiempo el desarrollo de su más afortunada vía de penetración y salida.

Pasillo de Santa Isabel y antiguo Puente de la Aurora.

Pasillo de Santa Isabel y antiguo Puente de la Aurora desaparecido en la riada de 1907. El nuevo puente la primera experiencia autóctona de puente de hierro hecho por técnico malagueño e industria local. El proyecto, dirección y ejecución estuvo a cargo de Juan Ayala Vázquez y fue la Metalúrgica Malagueña la empresa constructora. Adjudicada su construcción en pública subasta en 1925 por importe total de 251.000 pesetas, las obras no se pudieron iniciar hasta tres años más tarde, por cuya tardanza el proyecto fue el gran protagonista de los carnavales del mismo año. «CORPUS CHIQUITO».

 

Para el año 1891, en que por vez primera aparece en las revistas y publicaciones locales un amplísimo reportaje sobre las fiestas trinitarias, ya habían alcanzado las mismas gran notoriedad en la ciudad. Tanto, que las gentes de la parte «acá» del río, incluyendo entre las mismas a las familias burguesas del sector de Limonar, Miramar, Caleta y Bellavista, se solazaban participando de manera especial en el ya entonces famoso «Corpus Chiquito», la expresión más festiva y participada de todos los acontecimientos anuales del barrio. En efecto, las fiestas que los vecinos organizaban para sí mismos llegaron a ser entonces y durante los decenios posteriores mucho más vistosas y concurridas que las que el Ayuntamiento organizaba para la ciudad entera en conmemoración de la toma de Málaga por los Reyes Católicos en 1487.

El «Corpus Chiquito» trinitario resultaba entre los meses de mayo o junio más ambientado y con un toque de tipismo casi nunca alcanzado por su competidora fiesta de agosto o septiembre. Las fiestas tenían, obviamente, dos partes, religiosa una y festiva la otra. Pero la fundamental de ellas era la procesión de impedidos, que saliendo de la iglesia parroquial de San Pablo hacía un largo recorrido por las calles de la feligresía para facilitar la comunión a domicilio a los ancianos, enfermos e impedidos que previamente lo hubieran solicitado al párroco. Procesión con gran acompañamiento de fieles de todas las clases sociales, el cura párroco, portando en sus manos el copón con las sagradas formas, caminaba bajo un palio cuyas barras se disputaban por llevar políticos, militares y distinguidos caballeros de la ciudad, por 10 mucho que ello representaba ante los ojos del pueblo. Balcones y ventanas de las calles del recorrido lucían mantones de Manila, paños bordados, colchas, banderas y toda clase de adornos de mérito, a muchos de los cuales se les adhería alguna lámina coloreada de tema religioso. Al mismo tiempo, zaguanes, portales y patios se transformaban en vistosos altares que los vecinos adornaban con gusto y arte para recibir a Jesús Sacramentado.

 
 

 

En ellos se lucían las más vistosas plantas y flores cultivadas para la ocasión por manos trinitarias, los más caros y antiguos adornos del ajuar familiar, las prendas de mayor estimación. Era tradicional que participara en el cortejo una amplísima representación del Regimiento Borbón, con sede en el cuartel de la Trinidad, y decenios después una compañía con banda de cornetas, tambores y música del Regi miento Aragón 17, que se estableció en el mismo cuartel. CORRALONES, PERSONAJES. Semejantemente a los Percheles, el barrio de la Trinidad tuvo sus inevitables personajes. De ellos, el que llega a nuestros días revestido de leyenda fue, sin duda, el bandido «ZamarrilIa». Su leyenda se ha contado de diferentes maneras.

 

 

La voz popular, que fue la que le concedió carácter mítico, dice de él que, enamorado de una guapa trinitaria, una noche fue perseguido de cerca por los «mangas verdes», de los que pudo huir cobijándose en la ermita del mismo nombre. Se escondió, dice la conseja, bajo la saya de una imagen Dolorosa, y cuando sus perseguidores abandonaron el lugar, la rosa blanca que el bandolero iba a entregar a su novia, la prendió con su puñal sobre el pecho de la Virgen, tornándose de color rojo. Hermosa leyenda, lo cierto fue que «el Zamarrilla» existió, era un bandolero de los de la época que había cometido delitos de sangre y hasta el rapto de un niño al cual abandonó en la mina de una sierra, y fue acosado en numerosas ocasiones. Se quitó de en medio y huyó a Marruecos, donde fue prendido y trasladado a Málaga. Una vez aquí, lo montaron en una burra y dieron ignominioso paseo por las calles de Málaga; luego, tras un juicio sumarísimo, lo fusilaron en Igualeja.

También tuvo el barrio sus «guapos», chulos y amos de la calle. Gente por lo común sin oficio ni beneficio, muchas de sus ocurrencias delictivas pasaron a la historia y se mantuvieron largamente en el recuerdo de los vecinos, pasando algunas de sus fecharías de generación a generación. Quizá los que mayores crónicas y alarmas crearon a lo largo del último siglo desde los años 30 hacia atrás fueran los «Rirros» y «el Potaje», el último de los cuales mató a «el Zurita» en un encuentro violentísimo que tuvieron en una taberna de calle Sevilla un Domingo de la Trinidad. También destacó en dicha época «el Panaero», sujeto que, como los anteriores, dejó escrita en el barrio alguna que otra página de escándalo. De sus antiquísimos corralones, corralas y patios de vecindad afamaron durante el último siglo por diferentes motivos varios de ellos que estaban situados en calle Trinidad: el corralón de La Laguna, donde vivían 40 familias; el del Baile, que acogía a 38, y el conocido como Casa de Matías, donde vivió y murió el pintor Ramos Rosa. Este último recibió un premio a la convivencia que, otorgado por Televisión Española en un programa que se emitió para todo el país, distinguió con tal galardón la solidaridad vecinal largamente constatada en el mismo.

El corralón de Santa Sofía, en calle Montes de Oca -restaurado por el arquitecto Salvador Moreno Peralta en los años 80-, fue, sin duda, el que mayor popularidad alcanzó debido a las cruces de mayo que todos los años montaba en su patio y a las verbenas que en torno a las mismas se celebraban entre mayo y agosto de cada año. Como patios de vecinos destacaron, entre otros, los de calle Feijoo y calle Carbonero, el último de los cuales, rescatado arquitectónicamente, es hoy activo hogar de jubilados. De sus centros de enseñanza públicos y privados forman parte de la historia trinitaria el Grupo Escolar Bergamín -que después de la guerra se bautizó como Lope de Vega para retornar a su título primitivo- y el de San José de la Montaña, que desde su establecimiento arraigó con fuerza merced a la popular procesión anual de una imagen de San José de la Montaña. Muy cerca de él, en la actual avenida de Gálvez Ginachero, estuvo una fundación oftalmológica privada que costeó muchos años el célebre oculista malagueño Mérida Nicolich, y posteriormente el Colegio de Sordomudos y Ciegos y el Parque Municipal de Animales. En la Málaga de finales de los años 50 y primeros 60 del presente siglo se va a producir un hecho que, fortuito o calculado por la política de entonces, va a significar un cambio de mentalidad en las relaciones de las autoridades locales respecto a los barrios malagueños: fue la llegada del gobernador civil Antonio García Rodríguez-Acosta y del alcalde Francisco García Grana.

 

Ambos, por distintos motivos, alcanzaron notoriedad durante los largos años de su mandato y se llevaron, al cesar, el aprecio de la mayoría ciudadana, en especial de los vecinos de los distintos barrios de la ciudad. Tan atípica y novedosa resultó la gestión de ambos, que si en política gubernamental el primero consiguió adhesiones generales, la política municipal que el segundo desarrolló en los barrios malagueños también fue muy importante. Por los frutos dejados, todavía hoy muchos ciudadanos insisten en llamar el paso del alcalde por el Ayuntamiento como la «era García Grana». Francisco García Grana puso en movimiento a los barrios, y en una Málaga que todavía recelaba de muchos trinitarios por los acontecimientos de 1936 -para entonces todavía no olvidados del todo- supo crear tan propicio ambiente que la colaboración vecinal con el Ayuntamiento, inútilmente buscada por corporaciones anteriores, se materializó de manera evidente, rápida y entusiástica. Por aquellos años iniciales del mandato del citado alcalde funcionaba ya la Junta de Festejos de la Trinidad, de la que era tesorero desde 1950 José Bravo Espinosa, que en 1953 llegaría a ser designado presidente de la misma.

La citada junta se encargaba de la organización de las fiestas anuales de la Trinidad, que tanta vida dieron al barrio, granjeándose tantísimos amigos de dentro y fuera de Málaga a lo largo de los años por el ambiente festero que lograba y la imagen nueva que ofrecía el mismo. Reconociendo en Bravo al hombre eficaz que auspiciaría el necesario diálogo del barrio con el Ayuntamiento, García Grana recuperó en él la figura del antiguo alcalde de barrio, de manera que lo propuso al pleno municipal, que, aprobando tal iniciativa, lo hizo efectivo. Ocurrió que alguien denunció al gobernador el pasado juvenil ugetista de Bravo, poniendo inconvenientes al nombramiento, pero como el alcalde tenía que cumplir el mandato corporativo, anunció al gobernador su dimisión del cargo y éste, advertido de los riesgos políticos que ocasionaría, decidió dejar a su plena responsabilidad la iniciativa. García Grana le entregó el nombramiento y Bravo Espinosa se convirtió en el primer alcalde de barrio más de un siglo después del último de los nombrados.

La iniciativa funcionó de tal manera que, convertido Bravo Espinosa en la voz del barrio reclamante ante el Ayuntamiento, éste no sólo se volcó en llevar mejoras a la Trinidad, sino que hizo posible la colaboración de sus comerciantes, industriales y vecinos en aquellas iniciativas que, por su coste, reclamaban la participación económica de todos. Así, se constata que fue el de la Trinidad el primer barrio que hizo posible, con el Ayuntamiento, la nueva y total iluminación de todas sus calles; siguieron luego otras obras de pavimentación, aguas y exorno con la instalación de macetas, plantas y flores: el Ayuntamiento las instalaba y los vecinos las conservaban durante todo el año. García Grana, a petición del propio Bravo Espinosa, acabó con los «entierros de por Dios», tan frecuentes a causa de las carencias de muchos de sus vecinos que, solitarios, fallecían en sus alcobas de corral as y corralones y allí permanecían varios días hasta que las vecinas recorrían con un pañuelo negro las calles solicitando ayuda para poder enterrarlos.

La forma en que el Ayuntamiento se implicó en las necesidades sociales del barrio y sus gentes hizo posible no sólo un nuevo estado de relaciones Trinidad-Ayuntamiento durante el periodo de García Grana, sino, posteriormente, con los siguientes alcaldes, Antonio Gutiérrez Mata y Rafael Betés Ladrón de Guevara, que confirmaron a Bravo como alcalde. La gestión de Bravo Espinosa tocó a su fin por voluntad propia en 1972, casi un año después de visitar la Trinidad el príncipe de España, que al no verlo entre las personalidades que le recibían, preguntó por él, y tras localizarle entre la multitud y saludarle, hizo reaccionar al alcalde de la ciudad de forma violenta y negativa -luego se sabría que había dado órdenes al jefe de la Policía Municipal de que le prohibiera unirse a la comitiva-, por lo que el desaire edilicio le impulsó a abandonar.

Ya en los años 80 se plantearían desde el nuevo Ayuntamiento democrático los proyectos de transformaciones urbanísticas que los nuevos tiempos aconsejaban. Se pusieron en marcha iniciativas regeneradoras que poco a poco fueron desdibujando el antiguo diseño trinitaria, de manera que, en un largo proceso todavía inconcluso, la faz trinitaria cambió de manera fundamental. Muchos vecinos lo abandonaron y otros, los menos, pudieron ocupar posteriormente las nuevas casas sociales que se crearon para ellos. Pero ya no era el mismo barrio tradicional. El masivo éxodo humano restó bullicio y ambiente a sus calles, plazas y pasajes más populares. Quedaron en el camino los signos que a partir de 1960 parecían anunciar que la Trinidad, con sus casi 60.000 vecinos, había iniciado una época de recuperación no sólo de sus raíces más antiguas, sino con sus tradiciones más populares.

El reencuentro de los antiguos trinitarios -que hoy se dispersan por toda la ciudad y zonas periféricas o residiendo en ciudades españolas o europeas diferentes- se produce cada Semana Santa llamados por las cofradías existentes en el barrio, la Soledad de San Pablo, Zamarrilla, Salud y, fundamentalmente, el Lunes Santo, que es el gran día de Jesús Cautivo y María Santísima de la Trinidad. Se encuentren donde se encuentren los trinitarios, el lunes de Semana Santa es el día que lo dedican a visitar a su Cristo Cautivo formando en tomo a las imágenes abrumador acompañamiento desde la misa de alba y posterior recorrido hacia el Hospital Civil y tronos procesionales. Tal manifestación hace que la cofradía sea la que mayores afectos populares constata, lo que confirman por la noche miles de malagueños y malagueñas que los siguen.

 

Los Barrios de Málaga, Orígenes e Historia, ISBN 84-87555-51-9. Realizado por el escritor e investigador malagueño D. Julian Sesmero Ruiz. Desde la web malagahistoria.com agradece permitir mostrar su obra sobre los Barrios de Málaga. Reconocimiento a su labor de investigación por ésta ciudad. Julian Sesmero Ruiz; 1934 - 2011.