Llegada la artillería no tardará dos dias en despacharse aquí, y hecho ésto Málaga caerá sin ningún
remedio. Todo ha sido muy provechoso para éste sitio estar en paz con Málaga, que si de allí nos hubieramos de guardar más trabajo se tuviera en el Real, aunque ni por eso se
deja de poner buen recaudo de guardas hacia todas partes. 17 de abril de 1487. Carta del marqués de Cádiz al cardenal de España durante el cerco de Vélez
Málaga .
Crónica de la época donde se narra con más viveza la realidad de ésta parte del asedio, traducida del castellano antiguo.
Los ciudadanos de Málaga, aleccionados por el ejemplo de otras ciudades conquistadas por el mismo rey, y confiados en la clemencia que había usado con los vencidos, hubieran
preferido acogerse a ella antes que defenderse con las armas, en cuyo ejercicio, por sus decididas inclinaciones comerciales, eran considerados muy inferiores a los demás granadinos. Deseaban vivamente permanecer en aquella su fértil tierra natal pero temían la cólera que contra ellos había concebido el poderosísimo rey don Fernando a causa de la crueldad de los renegados, berberiscos y otros bárbaros del África que sólo confiaban en continuar la defensa de la ciudad. A los arrojados gomeres se unieron varios renegados y conversos, condenados por apóstatas en Sevilla y en otras partes de Andalucía, hombres criminales que temían más crueles castigos si el rey llegaba a apoderarse de la ciudad. Además, se encerraron en Málaga muchos monfíes que habían cometido crímenes en la serranía de Ronda. [El rey] luego como llegó sobre Málaga, envió a requerir a los alcaides de comunidad que le diesen luego la ciudad, antes que más sobre ella se hiciese, y les puso término para ello, diciendo que les haría buen partido. Y ni por eso se dieron mucho el Zegrí y Abrahem Zenete, alcaides e capitanes nuevos de la ciudad, y otros cabecillas semejantes de la ciudad, que nunca quisieron hablar por estonces en partido ni dar la ciudad al rey. Y desde esto el rey mandó atacar con la artillería, y mandó tirar con los robadoquines y con algunos cañones medianos por todas partes, para hacer más daño. La ciudad era muy grande y muy fuerte, adarbada e torreada, y no le podían hacer mucho daño, y no le querían tirar con las lombardas grandes para no dañar la ciudad. Por el lado de la mar estaba cercada Málaga con la armada del rey, de muchas galeras y naos e caravelas, en las que había mucha gente y muchas armas, y combatían la ciudad por la mar con los tiros de pólvora. Era una gran hermosura ver el Real sobre Málaga por tierra; y por mar había una gran flota de la armada que siempre estaba en el cerco, y otros muchos navíos que nunca paraban trayendo mantenimientos al Real. Mandó el rey a mosén Requesens, conde de Treventa, y a Martín Ruiz de Mena, y a Arriarán y a Antonio Bemal, capitanes de la flota que estaba en la mar, que en las noches pusiesen juntas todas las naos y las galeras y caravelas y todas las otras embarcaciones, por manera que se ciñese la ciudad por la parte que la cerca la mar.
Pasaron más de treinta días, que parecía que a los moros no se les daba mucho por el cerco; y mandó el Rey asestar siete gruesas lombardas, que se llamaban «las siete hermanas Ximonas», y muchos cuartagos e engeños, con que tiraban algunos tiros de alquitrán, por atemorizar a los moros porque se rindiesen. Los moros estaban en posesión de muchas lombardas y otras artillería de pólvora, y oficiales artilleros, y de todas las otras cosas necesarias para defenderse y atacar. Y cuando vieron el Real del Rey asentado en aquellas partes, conocido el lugar donde la tienda real estaba, tiraron a ella tantos tiros de truenos e búzanos
que fue necesario cmabiar la posición ponerse tras una cuesta, en lugar más seguro. En este tiempo vino la reina doña Isabel al Real, y la infanta mayor su hija, por ver el Real y estar en la toma de
Málaga. Y todos los del real pensaban que por la venida de la reina se habían de dar los moros. Y ellos, como personas de España y segundos "zamoranos" en su tema, esforzádamente salían a pelear y dar en las
estancias muchas veces y concertadamente, mejor que de primero, y ninguna mención hacían de atender a negociar sino de pelear y defender la ciudad, ofendiendo cuanto más podían, reciviendo ellos también
muchos daños e muertes. Y pasó el mes de mayo, junio y julio, y siempre en el Real hacian engeños y escalas. Y hizieron una escala real, que llamaron grúa, que era tan alta como una torre, para el día que habían de dar combate real; y los de las estancias minaron, y la artillería tiraba, y hacían mucho daño en la ciudad; y todavía mostraban esfuerzo los moros y salían a pelear muy ferozmente. Los moros deseaban mucho el combate porque tenían ya muy pocos mantenimientos, y como son supersticiosos tenían un moro, que llamaban «el Moro Santo», que debía de ser algún alfaquí, el cual se les ofrecía y certificaba que los montones de harina que veían en el realblanqueando, ellos comerían aquella harina, y que no temiesen, que los del Real huirían.
Y en algo dijo verdad: que ellos comieron después de la harina de aquellos montones gran parte, enpero estando cautivos.
La hambre crecía en la ciudat y los moros gorneres andaban por las casas buscando pan: doquier que lo
fallaban tomándolo y repartianlo entre sí, y cuando alguno negaba el pan que tenía, lo mataban y tomaban todo el aprovisionamiento que tenía en
su casa. La hambre crecía más en la ciudad y ya los moros no comían pan, sino muy pocos, y no tenían carne, y los más de ellos comían carnes de caballos y asnos. Y aquella gente de los gorneres entraban en las casas de
los judíos que había en aquella ciudat y robaban los mantenimientos que tenían, y vinieron a tal estado, que
algunos de los judíos murieron de hambre. Ya en la ciudad eran bien pocos los que podían tener pan de cevada, y que comían cueros de vacas cocidos, y a las criaturas daban fajas de parras picadas y cocidas con aceite y comían lo seco de las palmas molido, de que hacían pan. Pasó el mes de julio y parte de agosto; y la comunidad de Málaga recibía mucha pena y lazería de hambre, y de
los tiros y combates, que no cesaban cada día; y suplicaban a las cabeceras y al Zegrí que le pidiesen pactar al Rey. Y el Zegrí y los que seguían su opinión eran de parecer que rematasen las mujeres y los niños y viejos, que no eran para pelear, y que después saliesen peleando y muriesen, y que no diesen tal honra y victoria a los cristianos de dárseles a partido. Desde que vista la locura del Zegrí y sus
secuaces, un moro muy honrado y muy rico mercader de la ciudad, llamado el Dordux, tuvo manera como amigablemente tomó a los alcaides de la
alcazaba y del castillo de los Genoveses, y apoderase de ellos, que son dos fortalezas muy grandes y muy fuertes, y los tuvo algunos días; y envió al Real a negociar en nombre
de todo el común. En este tiempo el Zegrí, alcaide de Málaga, estaba en Gibralfaro, así como retraido, que
no entraba en las otras fortalezas, y estaba con él el Moro Santo agorero, huído por miedo de la comunidad,
porque le querían matar por las esperanzas y promesas mentirosas que les
había dado.
Crónica de Andrés Bernáldez, siglo XVI. |