Anibal Barca, II guerra Púnica. Jefe militar cartaginés, considerado como uno de los mas destacados caudillos guerreros de la antiguedad, famoso por su decisiva intervención en la segunda guerra Púnica, de la que fue uno de los principales protagonistas.
Hijo de Amilcar Barca y por lo tanto perteneciente a una familia que en aquellos momentos ejercia una especie de poder hegemónico sobre Cartago, nació en el 246 a. C. A los nueve años de edad llegó a la peninsula Ibérica acompañando a su padre en la lucha por la penetración cartaginesa en el sur de Hispania. Siguió toda la guerra hasta la muerte de Amilcar y después con Asdrubal, hasta que en el 221 a. C. éste murió asesinado por un indigena y Anibal fue nombrado su sucesor como jefe del ejercito cartaginés en la peninsula iberica.
Segunda Guerra Púnica: Contaba entonces 25 años de edad y se hallaba dispuesto a preparar la guerra con Roma, deseando equilibrar la situación en que habia quedado su país despues de la primera guerra Púnica , si bien el que de niño hubiera jurado solemne y públicamente odio eterno a los romanos podría formar parte de la leyenda creada después de su muerte. Desde su base de Cartago Nova (Cartagena), recién fundada, su primer objetivo fue conseguir la consolidación de las conquistas cartaginesas, para lo cual realizó algunas expediciones hacia la Meseta, con el fin de asegurar el flanco de la zona dominada, el sur y el sudeste peninsular. Casado con una indígena, su política no era sólo de dominio militar, sino que intentó atraerse a los jefes de los pueblos hispánicos. Asimismo de sus buenas relaciones con ciertos grupos indígenas pudo extraer gran número de mercenarios iberos y celtas, que constituyeron una base importante de su ejército cuando se lanzó al ataque contra Roma.
A partir de este momento, 219 a. C., comienzo de la segunda guerra púnica, la biografía de Anibal es inseparable de esta guerra y poco sabemos del personaje salvo en su aspecto puramente de actuación militar, como jefe y alma de la lucha, y sin embargo no siempre es fácil de discernir lo que se debe a él en cuanto a iniciativas y lo que depende de órdenes emanadas desde Cartago.
La cuestión es difícil sobre todo en los aspectos políticos de la actividad de Anibal o en las iniciativas y directrices generales de guerra. En la faceta más puramente militar, táctica y estratégica, parece evidente que la personalidad del jefe jugó un papel de primer orden indiscutible, y que las decisiones de A. fueron personales. Varios investigadores se han inclinado por la hipótesis de que los Bárquidas fueron los que impusieron a los dirigentes de Cartago la guerra de revancha contra Roma en el 219, y atribuyen a la presión de dicha familia, y concretamente a Anibal, una clara tendencia imperialista. Pero faltando documentación para poder conocer el trasfondo de la política interior cartaginesa durante el s. III a. C. resulta difícil saber el papel exacto que desempeñó cada personaje, cada grupo o cada clase social. En definitiva, estamos en mejores condiciones para judgar a Anibal como militar que como politico. Así se ignora si la decisión de atacar a Sagunto y atravesar el Ebro se debió principalmente a un criterio personal de A. o siguió instrucciones concretas procedentes de Cartago. El sitio y toma de Sagunto (219 a. C.) dio lugar a la segunda guerra púnica. A. atravesó el Ebro (límite del territorio de influencia romana según el tratado romano-cartaginés de 226 a. C.) y organizó su famosa expedición a Italia. El paso de los Pirineos parece que tuvo lugar por la Cerdaña, remontando el curso del Segre, para evitar la costa donde Emporion (Ampurias), como las restantes ciudades griegas, estaban en favor de los romanos. Se dirigió hacia los Alpes por Eborodunum y atravesó la cordillera, realizando un esfuerzo ingente, por un paso que ha sido muy discutido: la mayor parte de los autores se inclinan por el Pequeño San Bernardo. La travesía de los Alpes le costó alrededor de un mes y la pérdida de buena parte de sus fuerzas, en especial elefantes y caballos. De los primeros, de 40 sólo sobrevivió uno y los 12.000 caballos con que había partido se vieron reducidos a menos de la mitad. A pesar de ello. disponía de unos 6.000 hombres de caballería y 20.000 infantes. Cinco meses después del paso del Ebro, estaba en las llanuras del Po, que quedaron bajo su control al vencer al ejército romano en el Tesina, lo que le dio la posibilidad de contar con nuevos mercenarios reclutados entre los galos cisalpinos. Dirigiéndose hacia el S, en la travesía de las marismas del Amo, sufrió nuevas bajas por enfermedad, y el mismo A. perdió un ojo.
El dominio de la Italia central lo obtuvo gracias a su gran victoria junto al lago Trasimeno, donde aplastó al ejército enviado por Roma, dirigido por Flaminio, que tuvo 15.000 muertos, algunas de cuyas sepulturas, grandes fosas comunes de incineración, han sido descubiertas recientemente. La victoria de Trasimeno (a. 217) abría al ejército cartaginés el camino de Roma, y A. maniobró para amenazarIa por el N por la Vía Flaminia, por el E por la Vía Valeria y por el S por la Vía Apia. Sin embargo, no se decidió al ataque frontal, y éste ha sido uno de los aspectos más discutidos de su acción militar.
Hay que tener en cuenta la dificultad que presentaba, en la Antigüedad, el ataque a una ciudad bien defendida por fuertes murallas. A. temió, al parecer, un sitio largo, y prefirió obtener previamente el dominio de Italia meridional. La victoria de Cannas (216 a.C) constituyó una de las mayores obtenidas por A. El ejército romano, mandado por Lucio Emilio Paulo y Marco Terencio Varrón, sufrió, se dice, 70.000 bajas, entre las que se contaban 80 senadores y numerosos equites. Cuentan que A. envió al Senado cartaginés tres modios y medio de sortijas de oro y plata recuperadas de los cadáveres de los romanos destacados caídos en la batalla. Al mismo tiempo pedía refuerzos, que no le fueron concedidos. Durante cuatro años, hasta el 212, realizó diversos movimientos para consolidar el dominio del sur de Italia, acampando en Arpi y Salapia (en esta ultima plaza la tradición le atribuye una amante), y finalmente en Capua.
La inmovilidad de A. en Capua ha sido considerada por la tradición como un caso típico de abandono de objetivo para dedicarse al descanso: de aquí la frase «las delicias de Capua», convertida en tópico. Sin embargo, A., fracasado el intento de tomar Roma, sólo podía esperar reemprender la lucha si contaba con nuevas fuerzas proporcionadas por los pueblos itálicos, caso que aceptaran las sugerencias cartagineses de rebelarse contra Roma (cosa que no sucedió), o con nuevos refuerzos enviados desde Cartago. El único intento en este sentido fue la llegada al norte de Italia del ejército dirigido por Asdrúbal, hermano de A., que fue derrotado en la batalla de Metauro (207). En tales condiciones, la situación de A. era desesperada. Los romanos pudieron tomar la contraofensiva en Italia, e incluso, finalmente, pasar la guerra en el territorio cartaginés, con el desembarco (a. 204) en el golfo de Gabes. En la primavera del 203, ante el acoso a Cartago, A. fue llamado a Africa y su primer intento fue obtener la paz, considerando la guerra perdida. Fracasada la tregua, la batalla de Zama (202), última en que mtervino, representó el final de la campaña, con la derrota total de los cartagineses.
Ultimos años de Aníbal. Entonces comenzó para A. un breve periodo de actividades políticas.
Elegido sufeta de
Cartago realizó un gran esfuerzo para reconstituir las finanzas del Estaclo, de forma que fuera posible pagar el tributo de 200 talentos impuesto por los romanos sin menoscabo de la marcha del país, y realizó un intento de buscar alianzas en Oriente, para restablecer el equilibrio mediterráneo frente a Roma. Los romanos exigieron entonces su entrega, y A. huyó de Cartago, refugiándose en la corte de Antíoco III de Siria, al que indujo a la guerra contra Roma, mientras buscaba la alianza de Filipo de Macedonia. Vencido Antioco III en la batalla de Magnesia, nuevamente Roma exigió la entrega de A. que huyó a Bitinia, donde ayudó al rey Prusias a conservar su trono, comprometido por la guerra civil. Pero acosado por la diplomacia romana, que de nuevo exigía su entrega, el a. 183 a. C. se suicidó ante la imposibilidad de hallar refugios seguros, pues Roma controlaba cada vez con mayor fuerza los reinos del Mediterráneo oriental que
todavía no habían caído bajo su dominio directo.