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GUERRAS PÚNICAS, Guerras entre romanos y cartagineses (púnico equivale a cartaginés), que comenzaron con la lucha por la hegemonía del Mediterráneo central y occidental y acabaron con la destrucción de Cartago y el dominio de Roma en Occidente. Primera guerra (262-241 a.C.). Las ambiciones de Cartago sobre Sicilia eran antiguas. Apoyándose en las viejas colonias fenicias del occidente de la isla (Motya, Panormos, actual Palermo, etc.), Cartago controlaba el extremo Oeste de Sicilia y durante más de un siglo, luchó contra las ciudades griegas del resto de la isla, capitaneadas por Siracusa, para imponer su dominio. Estas sangrientas guerras resultaron estériles, pues ni la coalición griega consiguió expulsar a los cartagineses ni éstos aumentaron su territorio. Cuando Roma hubo conquistado los territorios del Sur de Italia, se originó una nueva rivalidad. |
Los romanos se apoyaban, en general, en las ciudades griegas. Desde el s. IV a.C. existieron tratados de comercio entre Roma y Cartago. Hacia el 306 a.C., el límite de las zonas de influencia se fijó, al parecer, en el estrecho de Messina, pero, según Polibio, los nobles romanos afirmaban posteriormente que el tratado del 306 no había existido, y Roma se sentía como rodeada por los cartagineses, que además de Sicilia dominaban Cerdeña y Córcega. |
La primera guerra comenzó sin una declaración explícita. Roma tomó como pretexto de intervención la ayuda a los mercenarios mamertinos que se habían sublevado y dominaban Messina, donde estaban sitiados por un ejército cartaginés y por otro enviado por Hierón, rey de Siracusa, éste, ante la presión romana, cambió de campo, estableciéndose un tratado por 15 años y reconociéndose tributario de Roma (263 a.C.). Los romanos, con la ayuda de Siracusa, tomaron Agrigento (262 a.C.), y obtuvieron al mismo tiempo la alianza de Segesta, en Sicilia occidental, lindante con el área de dominio cartaginés. Cartago decidió un ataque a fondo y envió una escuadra a Cerdeña para organizar un desembarco en la costa italiana, apoyándose en su superioridad naval. Pero los romanos, contando con los astilleros de las ciudades griegas de Italia meridional, armaron rápidamente una importante flota que jugó un papel decisivo en la guerra, y que constituye uno de los elementos mayores para juzgar la capacidad de Roma, que no tenía tradición naval de ningún tipo. La novedad de las naves construidas por los romanos consistía en que se les dispuso un puente de unos 10 m. de longitud que se hacía caer sobre la nave enemiga, y por el que pasaban los soldados, convirtiendo la lucha en un cuerpo a cuerpo, similar al de una batalla terrestre, en la que las tropas romanas tenían larga experiencia. La técnica de abordaje fue decisiva en las batallas navales de esta guerra; los romanos vencieron en Milae (260 a.C.), donde se hizo famoso el cónsul Duilio que la dirigió, y en Ecnoma (256 a.C.), en la que se enfrentaron las más numerosas escuadras que hasta entonces se habían conocido. Los éxitos en el mar permitieron la intervención romana en Córcega, con la toma de Aleria por Escipión, e incluso el atrevido intento de un desembarco en las costas africanas, dirigido por el cónsul Atilio Régulo. Pero el ejército desembarcado pasó el invierno en las proximidades de Cartago sin conseguir resultados positivos y, finalmente, fue obligado a capitular (254 a.C.). La guerra en el mar tomó un cariz desfavorable para los romanos con los desastres del 254 a.C., debido a una tempestad, y del 249 a.C. por la poca habilidad del cónsul Apio Claudio, con lo que se estableció un cierto equilibrio momentáneo; lo mismo ocurría en el frente de tierra, después de la toma de Palermo (251 a.C.); el frente se estabilizó en torno al monte Erix y a Lilibeo, donde Amílcar Barca detuvo los intentos de avance romano. Roma consiguió, sin embargo, una nueva victoria diplomática cuando en el 248 a.C. firmó un nuevo tratado de amistad y alianza con Hierón II de Siracusa que, si bien no pagaba tributo, se declaraba amigo eterno de los romanos, consolidándose así el íntimo enlace entre Roma y las ciudades griegas de Sicilia. El Senado romano, que durante los últimos años y frente a los fracasos navales se había mostrado escéptico en cuanto a la flota, mandó organizar una nueva fuerza naval, que dirigida por Lutacio Catulo consiguió frente a las islas Egates una victoria decisiva. Cartago pidió la paz, a consecuencia de la cual tuvo que abandonar sus posesiones de Sicilia (incluidas las islas Lípari), respetar a Hierón de Siracusa, aliado de Roma, y pagar una indemnización de guerra de 3.200 talentos. La derrota cartaginesa se agravó con la sublevación de sus propios mercenarios, que tuvo lugar en el territorio cartaginés a continuación de la paz. Roma se mantuvo neutral, no permitiendo ni siquiera que sus súbditos enviaran alimentos o armamentos a los sublevados, pero aprovechó la ocasión para apoderarse de Cerdeña y Córcega en el 237 a.C., y exigir una revisión del tratado según la cual la indemnización de guerra se elevaba con 1.200 talentos suplementarios. |
Segunda guerra púnica. Para Roma, la primera guerra p. representó la salida de la península Itálica, con el dominio de las tres grandes islas próximas; para Cartago, la pérdida de éstas, que se quiso compensar con una política de expansión en la península Ibérica, apoderándose de las fuentes de metales de Andalucía, las más ricas del Mediterráneo en la antigüedad. La empresa fue iniciada en el 237 a.C. por Amílcar Barca, que dominó casi toda Andalucía; la continuó su yerno Asdrúbal (225), fundador de una gran base que llamó Cartago Nova (Cartagena), y la remató Aníbal, que tomó el mando del ejército púnico en la Península en el 221 a.C. El punto de fricción entre los dos contendientes pasaba así de Sicilia a Hispania. La consolidación de los dominios cartagineses preocupaba a Roma, que también en esta zona se consideraba protectora de las ciudades griegas (Massitia, Marsella; Emporion, Ampurias, etc.), cuya área de penetración comercial alcanzaba toda la costa Este de Iberia. En el 226 a.C. se estableció un nuevo tratado según el cual el límite de las respectivas zonas de influencia se fijaba en el río Iberus, que tradicionalmente ha sido identificado con el Ebro. En este caso queda claro que la ciudad ibérica de Sagunto, motivo de la segunda guerra púnica, quedaba al sur de dicho río y, por tanto, en área cartaginesa. Recientemente, J. Carcopino ha defendido la hipótesis de que el Iberus debe identificarse con el Júcar, a pesar de que más adelante no hay duda que el río llamado así fue el Ebro. Si fuera cierto, el problema de Sagunto quedaría resuelto, pero la mayoría de los investigadores se inclinan por la versión tradicional, pues los argumentos de Carcopino no son decisivos. En todo caso, los romanos advirtieron a Aníbal que un ataque contra Sagunto representaría la guerra con Roma. ¿Hasta qué punto la cuestión saguntina fue decisiva en la guerra? Si los cartagineses estaban dispuestos a ella, y su objetivo era el ataque a fondo contra Roma, el caso de Sagunto resultaría una anécdota sin interés capital en lo que concierne a los origenes del conflicto bélico. Aníbal asedió Sagunto en la primavera del 219 a.C. y, tras una dura resistencia, tomó la ciudad a los pocos meses de asedio. Un año después, en la primavera del 218 a.C., Roma declaró la guerra. La ofensiva cartaginesa fue inesperada y ambiciosa. Trató de aplastar a los romanos, llevando la guerra a su propio país, para lo cual el ejército cartaginés tuvo que realizar una expedición sumamente comprometida, partiendo de sus bases hispánicas y atravesando los Pirineos y los Alpes, en una de las más famosas aventuras bélicas de la Antigüedad. Las victorias del Tesina y sobre todo del lago Trasimeno (217 a.C.) abrieron el camino de Roma a los cartagineses, que, sin embargo, no se atrevieron al ataque directo a la capital, desviándose hacia el sur de Italia con la esperanza de conseguir la sublevación contra Roma de los pueblos itálicos meridionales, como habían conseguido en el norte la de los galos. Pero el empeño fracasó, y a pesar de la gran victoria de Cannas (216 a.C.), Anibal quedó, en definitiva, inmovilizado. Entretanto, los romanos habían planeado una hábil contraofensiva. En el 218 a.C. un ejército considerable desembarcó en la colonia griega de Emporion, en la costa catalana. Dos columnas, mandadas por Cneo y Publio Escipión, despues de establecer una sólida base de puente, consiguieron el dominio de la costa catalana donde establecieron la base de Tarraco (Tarragona), equivalente a la de Cartagena por el lado púnico. La presencia de los romanos en el Nordeste de la península Ibérica cortaba el enlace del ejército de Aníbal en Italia con las bases hispánicas del Sudeste, y si bien la suerte de las armas fue irregular, pues los dos Escipiones fueron derrotados y muertos en el intento de penetración hacia Andalucía, en el 210 a.C. legada de Publio Camelia Escipión representó nuevas arias para Roma, con la toma de Cartago Nova 204 a.C, golpe decisivo al dominio cartaginés en Hispania, como lo demuestra el hecho que el año siguiente Gadir (Cádiz), la vieja colonia fenicia, se entregara a ipión, quedando así todo el litoral mediterráneo península en poder de los romanos. Hallándose Aníbal en Italia sin posibilidades ofensivas y liquidada la guerra, en lo esencial, en Hispania, Roma proyectó el asalto directo a Cartago. En el 204 a.C. Publio Cornelio Escipión desembarcó en las proximidades Útica, donde consiguió consolidarse con sus dos legiones y realizar una política de atracción de los indígenas númidas. Ante el grave peligro, los cartagineses llamaron a Aníbal, que pasó de Italia a Cartago en el 203 a.C. batalla, decisiva, se dio en Zama en el 202 a.C., con total victoria romana. Cartago pidió la paz, cuyas condiciones fueron muy duras: entrega de la marina de guerra, de los elefantes utilizados en el ejército, de los mercenarios itálicos; reducción del territorio cartaginés metropolitano y reconocimiento de la independencia del reino de Numidia, con el cual se comprometía a no entrar en guerra; renuncia a todas las posesiones hispánicas y una indemnización de guerra de 10.000 talentos, a pagar en 50 años. Ello representaba el fin de Cartago como gran potencia, y la hegemonía de Roma sobre el Mediterráneo occidental. |
Tercera guerra púnica. Cartago cumplió el tratado, pues no tenía otra posibilidad, y procuró rehacer su economía apoyándose en el comercio marítimo y sobre todo en la expansión de la agricultura, lo que despertó recelos en Roma. En especial, el grupo aristocrático, que basaba riqueza en los negocios marítimos, consideró necesario aniquilar a Cartago. Su portavoz fue Marco Porcio Catón, llamado el Censor, cuyas arengas anticartaginesas son famosas. La ocasión la proporcionaron los ataques del rey númida Masinisa, que hostigaba a los cartagineses, sin que éstos pudieran responder, según las clusulas del tratado citado. Cuando intentaron defenderse las armas, Roma les declaró la guerra, la tercera y últimaa guerra púnica exigiendo el abandono de Cartago y su retirada hacia el interior, condición inaceptable, ya que valía a la destrucción de la ciudad. Se vieron, pues, obligados a la guerra y a resistir en condiciones desfavorables. Los romanos disponían no sólo de un ejército y una marina superiores, sino además de la posibilidad reclutar, a través de su aliado Masinisa, fuertes contingentes de tropas norteafricanas. En el 150 a.C., los romanos desembarcaron en la costa de Cartago, y .los cartagineses tuvieron que encerrarse en su capital, preparandose para el asedio. Con fuerzas improvisadas, navales y terrestres, consiguieron algunas victorias parciales los años 149 y 148 a.C. Al año siguiente, Escipión Emiliano organizó el asedio, bloqueando la ciudad por mar y tierra. Conscientes de que era el final de todo un pueblo los cartagineses resistieron desesperadamente. Por fin sin armas y sin alimentos, sucumbieron no sin antes forzar al enemigo al asalto, sector por sector y casa por (146 a.C.). La ciudad fue arrasada, los supervivientes vendidos como esclavos, y su territorio convertido en provincia romana, llamada África, con capital en Útica sin embargo, Cartago fue reedificada más tarde, como ciudad romana. |