Roma IV (historia posterior)

Caído el Imperio romano, R., aun conservando sus instituciones jurídicas, comenzó a girar en torno a la nueva organización eclesiástica del Papado (v.), y su historia se ciñó al problema de la elección del Pontífice y a las relaciones político-religiosas con Constantinopla . El primer gran choque se verificó seguidamente al cisma laurenciano (498), que ensangrentó la ciudad durante varios años. Con la vuelta de Oriente a la ortodoxia (519), se restablecieron las buenas relaciones entre R. y Bizancio, pero enfrentó a la primera con los godos. La corte de Rávena (v.) impuso entonces la elección del Papa por designación, mas ello encontró la oposición de los partidarios de Bizancio, que nombraron Papa a Agapito I (535-536). R. se vio entonces envuelta en la guerra greco-gótica, que con sus destrucciones y saqueos alteró el aspecto de la ciudad. R. fue tomada a traición y saqueada por Totila (546), y más tarde reconquistada por Narsés (552), que se estableció como vicario imperial, mientras al Papa se le otorgaban altas responsabilidades .civiles, que abarcaban tácitamente las instituciones del Senado y la Prefectura.

La institución del exarcado de Rávena provocó en R. la presencia continua de un representante suyo, el cartulario, y la institución de un exercitus roma· nus. Pero R. sufrió una nueva crisis interna tras el cisma monotelita . La paz religiosa (680) señaló la presencia en R. de Papas griegos y sirios, pero la oposición bizantina logró imponer la elección del romano Gregorio 11 (715) Y la instauración del ducado de R., que obtuvo una cierta autonomía después de las luchas icono· clastas (v.; 727). Aprovechándose de una revolución anti· bizantina, el 10mb ardo Liutbrando invadió el ducado de R. (728), pero la Sancta Respublica logró expulsarle y, en 751, decidió recurrir a los francos (v.), cambiando así, de derecho y hecho, el propio Estado. El otorgamiento del patriciado a Pipino y sus descendientes provocó varias insurrecciones de la aristocracia terrateniente que culmi· naron en la conjura antipapal del 799, que motivó la intervención directa de Carlomagno (v.), quien se hizo coronar Emperador por León 111 en R. A la muerte de Carlomagno (814), los nobles reemprendieron la lucha contra el Papa, lo cual condujo a la promulgación de la célebre Constitutio romana (824). La crisis interna fue momentáneamente olvidada ante la presencia de los árabes, que saquearon San Pedro en el 846. fstos fueron rechazados con la ayuda del duque de Spoleto y del Em· perador, pero en R. triunfó completamente la aristocracia local, que con Alberico gobernó directamente la ciudad del 932 al 954. Con la subida al trono imperial de Otón 1 (v.; 962) se desencadenó una larga lucha entre las dos facciones anti· imperiales de los Crescenzi y más tarde de los Tuscolo. La intervención del Emperador Enrique 111 puso fin a las luchas de facción, y se inició un profundo movimiento de reforma religiosa del Papado (Sínodo de Letrán de 1059). Después del enfrentamiento entre Enrique IV de Alemania (v.) y Gregorio VII (v.), los normandos, llamados por el Pontífice, entraron en R. y la saquearon (1084). Terminada la lucha de las investiduras (v.) .con el concor· dato de Worms (1122), el Papa hubo de dejar paso a la formación de la Comuna autónoma de R., compuesta por la alta y baja nobleza y por la burguesía artesana y mercantil. Expulsado el Pontífice, se adueñó de R. Ar· naldo de Brescia (1146-54), pero poco después recuperaba el poder Inocencio 111 (v.; 1198-1216), que disolvió el Senado y nombró directamente un único senador, some· tiendo a vasallaje feudal a los nobles. Pero en R. con­tinuaron las violentas luchas entre las dos familias de los Colonna (v.) y los Orsini (v.), por lo que para poner paz fue llamado a gobernar la ciudad el boloñés Brancaleone degli Andalo (1252-58). Bajo Urbano VI (v.; 1261-64), fue elegido senador el francés Carlos de Anjou, pero tras las nueva constitución de Nicolás 111 (1278), que prohibía la elección de un extranjero como senador, R. quedó de nuevo bajo el control de las grandes familias romanas, precipitándose en la anarquía, a la que puso fin momentáneamente Bonifacio VIII.

Aegidianae impusieron cierto orden en la ciudad, si bien se vio deshecho súbitamente por el sur­gimiento del Gran Cisma de Occidente (v. CISMA III; 1378·1417). La elección del Colonna Martín V (1417-32) llevó la paz a la ciudad, pero a su muerte se reanudaron las luchas y resurgió la antigua tendencia hacia la Co­muna republicana en la conjura de Stefano Porcari, reprimida por Nicolás V (1453). Con la reforma estatutaria de Paulo II (1469), R. quedó definitivamente bajo el control directo de los Papas, que comenzaron a transfor­mar el aspecto de la ciudad a través de un radical proceso de ensanchamiento y reestructuración urbanística, según el espíritu humanÍstico-renacentista. Esta transformación, acompañada de un gran desarrollo demográfico inmigra­lorio, hizo de R. una ciudad parasitaria, donde todo era consumido y nada era producido, y donde, por una ace­lerada concentración de riquezas, los desequilibrios de clases se hicieron enormes. Pasada la época gloriosa del Renacimiento, durante la que R. sufrió el famoso «saco» por parte de las tropas de Carlos V (v. SACO DE ROMA; 1527), la ciudad entró en una rápida decadencia, aunque externamente la fiebre edilicia continuaba aumentando el esplendor arquitectónico. En el s. XVIII, R. presentaba un aspecto desolador, pululando en ella miles de mendi­gos; era la capital de un Estado lacerado por una ya crónica crisis financiera. Hubo un intento de reforma por parte de Pío VI (v.; 1775-98), pero con poca fortuna. Ocupada por los franceses en 1789, se instauró en ella la República romana, con una Constitución modelada sobre la francesa del a. III. Con la vuelta de Pío VII (v.) se produjo un paréntesis de tranquilidad.

En una R. neoclásica se reagrupó una refinada corte alrededor de la figura del cardo Consalvi (v.). Pero en 1808 las tropas francesas ocuparon de nuevo la ciudad, que hasta 1814 fue regida por un estatuto especial. Con la Restauración, R. volvió a ser centro de vida artística y mundana a través de la cual pasaba todo el mundo culto de Europa, pero también se intensificaron la propaganda y las conjuras carbonarias y mazzinianas, de modo que R., en 1849, sufrió el experimento de una nueva Repú­blica democrática, que tuvo el mérito de vincular estre­chamente a R. con el movimiento del resurgir italiano . Ocupada por tropas austriacas y des­pués francesas, R., tras la derrota francesa de Sedan. fue reconquistada por el ejército del nuevo Reino de Italia (20 sept. 1870). Hundido así el poder temporal de los Papas, R. se transformó en la capital del nuevo Estado italiano, mientras que al Papado se le concedía en propiedad el pequeño territorio del Vaticano .